Por
Alfredo Ortiz de Rozas
En
un reciente coloquio sobre Las Malvinas, que, a iniciativa de la Fundación
Vitoria y Suárez, tuvo lugar en la sede de la Academia Nacional de Ciencias
Económicas, el relator Dr. Isidoro Ruiz Moreno (hijo), luego de recordar
algunos autores que con su ilustrado aporte contribuyeron a la mejor
dilucidación de nuestro pleito malvinero, repitió la consabida falsa afirmación
que tiende a divulgar que don Juan Manuel de Rosas renunció a la soberanía
argentina y quiso negociar las islas en pago de los servicios de la
deuda del empréstito inglés del año 1824.
Esta patraña ha sido repetida por
miembros de la Academia Nacional de la Historia (“Rozas, el empréstito inglés
de 1824 y las Islas Malvinas” por Humberto F. Burzio, en Boletín del Centro
Naval, N° 564. “La negociación de
Palecieu Falconet y la cuestión de las Malvinas”, por Juan Canter, en Boletín
del Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades, N° 1, Buenos aires,
1943), por improvisados historiadores con insidiosa mala fe o mal entendido
empeño familiar (“El nacionalismo de Rosas”, por Jorge Lavalle Cobo, en “La
Nación” de enero de 1939 y “Anuario de Historia Argentina”, de la Sociedad de
Historia Argentina, Buenos Aires, 1940), por conveniencia especulativa de
algunos políticos desplazados y también por algunos pobres de espíritu y de
saber “por entretener sus ocios en ladrar contra el tirano de Buenos Aires” a pesar de que el Libertador don José de
San Martín le dijera a Sarmiento en 1846: “Pero
al fin, ese tirano Rosas, que los unitarios odian tanto no debe ser tan malo
como lo pintan cuando en un pueblo tal viril se puede sostener veinte años” (“La
Nación” de julio 9 de 1894, relato de la visita de Sarmiento al General San
Martín en 1846, por Pastor S. Obligado).
La
única excepción al patriótico afán de recuperar la posesión de “Las Malvinas”,
fue, en opinión del Dr. Ruiz Moreno (hijo), don Juan Manuel de Rosas, quien,
dijo, intentó “comerciar” las islas ofreciéndolas en pago de la deuda del
empréstito inglés de 1824; agregando: “¡Que menos podía esperarse de ese tirano
de infausta memoria!”…
Confieso
que fui sorprendido por tan inoportuna referencia, ya que, por la calidad del
auditorio y la trascendencia del asunto era patriótico y atinado aceptar el
aporte de todos y en primer término respetar la actuación de ese mandatario que
constituye una excepción por la pertinaz y heroica defensa de la soberanía e
independencia argentina que sostuvo sin ninguna claudicación durante casi
veinte años de cruenta lucha contra los más poderosos países imperialistas de
la época, aunados con países vecinos, aliados a los emigrados argentinos que,
en desconcertante esfuerzo contribuían a destruir el inmenso poderío que se
vislumbraba para esta patria de varones fuertes y generosos.
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Fue durante el gobierno de Rosas que se
inicia nuestra controversia con Estados Unidos, motivada por el apresamiento de
varios buques pesqueros de esa nacionalidad en aguas de las Malvinas. Esa
disputa originó enérgicas protestas locales ante el Cónsul que luego se
prosiguen al arribo del Encargado de Negocios, señor Francisco Baylies, quien
en sus notas de junio 26 y julio 10 de 1832, con audacia inaudita expresa que el gobierno de los Estados Unidos niega
cualquier derecho al gobierno de Buenos Aires para ejercer actos de autoridad
en la Malvinas, Tierra del Fuego, Cabo de Hornos o cualquiera de las islas
adyacentes en el Océano Atlántico por no reconocer la soberanía argentina sobre
las Malvinas. Atribuye al inglés Hawkins el descubrimiento de las islas y
sostiene que pertenecen a Inglaterra en virtud de la ocupación que hiciera de
Puerto de la Cruzada, después llamado Egmont, en la otra isla del Oeste o Gran
Malvinas, no obstante que poco tiempo después, en mayo 22 de 1774, los
ingleses, sin ser compelidos abandonan ese establecimiento continuando España
la tranquila ocupación soberana de todo el archipiélago que lo prosigue el
gobierno argentino después de la Revolución de Mayo de 1810.
Mientras se mantenía esta discusión, y apenas
transcurridos dos meses, el gobierno de Buenos Aires, encargado de las
Relaciones Exteriores, fue sorprendido por el inesperado ataque de la corbeta
de guerra norteamericana “Lexington”, al establecimiento argentino de la Isla
de la Soledad en Malvinas, ejecutado el 31 de diciembre de 1831. Su comandante,
capitán Duncan, sin hallar resistencia, inutilizó la artillería, incendió la
pólvora, dispuso de la propiedad pública y privada, arrestó a su bordo al
encargado de la pesca de la colonia y seis pacíficos ciudadanos de la
República, destruyendo el fruto honesto de sus colonos y atentando contra la
soberanía y el honor de una nación amiga.
Así procedieron los representantes y la fuerza armada del país autor de
la mentada doctrina de Monroe a menos de diez años de proclamada como principio
americanista.
Agotada una larga y violenta
reclamación ante el Cónsul y Encargado de Negocios en Buenos Aires, el gobierno
de Rosas instauró reclamación directa ante el gobierno norteamericano, a cuyo
efecto por decreto de junio 28 de 1837 fue designado enviado extraordinario en
Washington, el Brigadier General Carlos María de Alvear, aunque con resultado
negativo porque el Ministro Webster respondió definitivamente en 1841 dando
largas a la reclamación a la espera, decía, de lo que se resuelva en el litigio
de jurisdicción cuestionada entre
Inglaterra y la Argentina sobre Malvinas.
Bueno es recordar que de los
gobierno que sucedieron a Rosas, después de Caseros, fue el del Presidente
General Roca el que reinició la reclamación en 1884 luego de transcurridos más
de cuarenta años desde que lo hiciera el “tirano
de infausta memoria” (“El zarpazo
inglés a las islas Malvinas”, por el Dr. Juan G. Beltrán, año 1934. Boletín del
Instituto Geográfico Argentina, tomo VI, cuadernos VIII y IX, año 1885). Antes,
durante ese lapso de casi medio siglo, ningún gobierno, entiéndase bien:
ninguno de los gobierno de Urquiza, Mitre, Avellaneda y Sarmiento, intentó una
satisfacción por los daños y ultraje inferido al honor y soberanía argentinas.
Sin embargo, nadie censura a esos argentinos que olvidaron tan imperiosa
obligación, pero denigran a Rosas, no obstante ser el único que con coraje
criollo se atrevió a decirle al arrogante Tío Sam, que “Tal conducta no se
habría ejercido con naciones como la Inglaterra y la Francia: ella sólo puede
haber tenido lugar por un abuso innoble del poderoso contra el débil; o entre
pueblos bárbaros que no conociesen otra ley, que el dictado de sus pasiones, ni
se prestasen a otro medio de obtener reparación a sus ciertos o fingidos
agravios que a los de una ciega y feroz venganza”. (Publicación oficial,
titulada “Colección de documentos oficiales”, con que el gobierno instruye al
cuerpo legislativo de la Provincia del origen y estado de las cuestiones
pendientes con la República de los E.U. de Norte América, sobre las Islas
Malvinas, año 1832. El Dr. Juan G. Beltrán, poseedor de este raro ejemplar,
transcribe su contenido en su obra
citada.)
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Al
atropello yanqui siguió el zarpazo inglés o tercera invasión, como también se
ha dado en llamarlo. Nada perturbaba nuestras relaciones amistosas con
Inglaterra; sin embargo, procediendo como siempre aconteció en todos nuestros
conflictos bélicos con Gran Bretaña, sin previa declaración de guerra y sin
duda estimulada por la poderosa república del norte, el día 2 de enero de 1833,
cumplido un año del atentado de la Lexington, se presentó en Puerto Luis de la
Soledad de Malvinas la corbeta de guerra de S.M.B. Clio, al mando del capitán
Onslow, quién, dirigiéndose al comandante de la goleta argentina Sarandí,
Coronel de Marina José María Pinedo, a cargo accidentalmente de la comandancia
civil y militar de las islas, le intimó su abandono en los siguientes términos:
“A bordo de la corbeta de S.M.B.
Clio, Berkley Sound, enero 2 de 1833. Comunico a Vd. que he recibido órdenes de
S.E. el comandante en jefe de las fuerzas navales de S.M.B. estacionadas en
Sud América, para llevar a efecto el
derecho de soberanía sobre estas islas en nombre de Su Majestad. Es mi
intención izar mañana el pabellón nacional de la Gran Bretaña en tierra, por lo
cual pido a Vd. se sirva arriar el suyo y retirar sus fuerzas llevando consigo
todos los efectos, etc., pertenecientes a su gobierno” (“La tercera invasión
inglesa”, por A. Gómez Langenheim, 1934; y varias otras. “Las Islas Malvinas”,
por Paul Groussac, 1910). El más fuerte se impuso y el despojo se cumplió.
Sin demoras, el 12 de enero, el gobierno
del General Balcarce pidió explicaciones al Encargado de Negocios de S.M.B. en
Buenos Aires, las que se reiteran en forma de protesta en nota del día 22 para
ser elevada al gobierno británico. Y en junio 17 de 1833 el Ministro Argentino
en Londres doctor Manuel Moreno, presentó la primera reclamación formal
ampliamente fundada en un extenso documento que es un esfuerzo meritorio en
defensa de los derechos y soberanía argentinos sobre la Malvinas.
El Vizconde Palmerston, Ministro de
Relaciones Exteriores, demoró la respuesta hasta el 8 de enero de 1834, la que
a su vez fue replicada por el Ministro Moreno en nota de fecha diciembre 29
dirigida al duque de Wellington en la que se hace constar que el gobierno
inglés pasa por alto la cuestión de derecho, esencial para demostrar quién es
el soberano y legítimo poseedor de aquellas islas.
Al asumir el gobierno, Rosas, por intermedio del
Encargado de Negocios argentinos en Londres, señor Federico Dickson, por nota
de diciembre 26 de 1836, exige respuesta a la reclamación pendiente, sin
lograrlo. En una nueva nota de fecha diciembre 18 de 1841 dirigida al Conde de
Aberdeen, en la que se hace referencia
al Vizconde Palmerston “Ministro que dirigió la expoliación”, se amplía la
reclamación presentada por el Dr. Moreno y en ella se expresa que “el gobierno
de las Provincias Unidas, confirmando cada vez más los títulos indisputables
que ha exhibido en su demanda de 17 de junio de 1833, y 29 de diciembre de
1834, no ha cesado de declarar en sus mensajes anuales a la Legislatura del
Estado su vivo sentimiento por no haber hasta ahora obtenido la satisfacción
que cree serle debida, y que en vano había reclamado de la administración
anterior” (“Las Islas Malvinas”, por Paul Groussac, 1910).
La afirmación que se hace en este
párrafo es de mano de Rosas. En verdad, durante todo el largo período de su
gobierno jamás dejó de expresar en los mensajes anuales dirigidos a la Junta de
Representantes la confianza que abrigaba de recuperar la posesión de las Malvinas
amparado en los derechos de la República que nunca abandonaría (“Los mensajes”,
por H. Mabragaña).
En cambio, los gobernantes que le
sucedieron, ya citados, Urquiza, Mitre, Avellaneda y Sarmiento, olvidaron, como
he dicho, este pleito internacional que tan hondamente afecta el honor
argentino y ni por excepción lo mencionan en sus mensajes y mucho menos se
ocuparon de recordarlo al país que usurpa la ocupación de esa porción de
territorio argentino.
La última protesta-reclamación de Rosas, la presenta por
intermedio del Ministro Moreno el 10 de marzo de 1842, y en ella expresa en forma terminante: “las Provincias
Unidas, no pueden ni podrán jamás, conformarse con la resolución de S.M.B. que
califica de injusta y contraria a sus derechos, y en consecuencia –agrega- el
Gobierno de las Provincias Unidas formula esta protesta y le da todo el valor
que en el presente y en cualquier otra ocasión puedan tener”. Como se ve, esta
nota es de un valor extraordinario y evidencia la preocupación de don Juan
Manuel por todo lo que significa afirmar los derechos de soberanía argentinos;
por eso, Paul Groussac la considera protesta de carácter solemne y permanente (“Las
islas Malvinas”, por Paul Groussac). Y si observamos que ella se hizo en el año
1842, que es cuando los denigradores afirman que “Las islas Malvinas fueron
objeto de una tentativa de renunciamiento de los derechos incuestionables que
el país tiene sobre su soberanía que fue llevada a cabo por el tirano Rosas” (“Rozas,
el empréstito inglés de 1824 y las Islas Malvinas” en el Boletín del Centro
Naval, N° 564, por Humberto F. Burzio, miembro de número de la Academia
Nacional de la Historia), esa nota prueba que tales afirmaciones son una
antipatriótica e indigna impostura.
Por otra parte, ese mismo año de
1842 se inicia la presión naval inglesa en el Río de la Plata y aparece el
representante de los prestamistas exigiendo su pago, todo lo cual da a la
postura de Rosas un sello de dignidad y valentía que no tiene parangón con la
posición de ningún otro mandatario argentino.
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El
empréstito inglés a que se alude en la negociación de Rosas, fue autorizado por
ley de noviembre 28 de 1822 de la Legislatura de Buenos Aires y su contratación
se hizo el 1° de julio de 1824 por
intermedio de los banqueros ingleses señores Baring Brothers y Cia. de Londres
por la suma de 1.000.000 de libras esterlinas, equivalentes a 5.000.000 de
pesos fuertes, señalándose el tipo de 70%
para su negociación; pero la suma efectiva aparente de 700.000 libras se
redujo a 530.000 por una nueva quita de 120.000 libras en concepto de
amortizaciones e intereses anticipados para cubrir los servicios hasta el 27 de
enero de 1827.
Posteriormente, con fecha abril 5 de
1828, el gobierno de Dorrego autorizó a los banqueros para vender, de acuerdo
con el ministro argentino en Londres, las fragatas "Asia” y “Congreso”,
propiedad de la Nación, y destinar su importe al pago de los servicios vencidos
en enero 12 de 1828, quedando suspendido el servicio de esta deuda en setiembre
1° de 1827. (”Informe sobre la deuda pública”, por el Dr. Pedro Agote,
Presidente del Crédito Público Nacional, año
1881).
A partir de esa fecha no se hicieron
nuevos pagos, de tal modo que cuando se presentó en Buenos Aires, en febrero de
1842 el señor Palicieu Falconet en representación de los banqueros Baring
Brothers y Cia. exigiendo de Rosas el arreglo de la deuda, la situación del
gobierno era en extremo apremiante.
Los pagos se habían suspendido por
quince años. La deuda ascendía a 1.900.000 libras o sea 9.500.000 pesos
fuertes, que, al cambio de la época equivalía a una suma mayor de 200.000.000
de pesos moneda corriente; es decir, que
la deuda sobrepasaba el monto total del presupuesto de gobierno en casi cinco
veces, pues, en 1842 era de 43.000.000 de pesos moneda corriente.
Estamos en el año 1843. La relación
cronológica de algunos hechos evidencian que Inglaterra busca un pretexto para
una intervención armada. La oportunidad la brinda el reciente sitio de
Montevideo iniciado por el General Manuel Oribe en los primeros días de
febrero, y la presencia de la escuadra de la Confederación que, al mando del
Almirante Brown se dispone al bloqueo de la plaza.
A todo tiene que atender Rosas para
salvar no sólo el crédito de su país, sino su propia existencia como nación
libre e independiente. Es la “merienda de negros” a que se refería el General
Lavalle, de la que los países imperialistas de Europa quieren participar. Es la
época en que el poderoso intima el cobro de las deudas e impone sus pretensiones
con la ayuda de los cañones. Así, la presencia del representante de los
acreedores en esta circunstancia es demasiado sospechosa. Al menos, los hechos
que se suceden deben producir esa impresión en el Gobierno de la Confederación.
La primera dificultad la creó el Comodoro Purvis,
designado comandante en jefe de las fuerzas británicas en Sud América, llegado
a Montevideo el 7 de febrero de 1843. “Desde su arribo a la zona de bloqueo,
este oficial naval británico, cuya antipatía por la causa de Rosas era evidente,
sentó fama de impulsivo y de estar poseído de un marcado espíritu de
notoriedad” (Capitán de Fragata Héctor R. Ratto, Revista Militar de enero de
1939).
Fue este marino quien, dirigiéndose
al Almirante argentino le llamaba “Mr. Brown, súbdito inglés”; e invocando que
el ministro inglés había pedido al Gobierno de la Confederación el cese de las
operaciones contra Montevideo, le exigía que se abstuviera de tomar
participación en ellas.
Pero el comodoro Purvis no cesó en
su empeño hostil. Así, cuando Brown se posesionó de la isla de las Ratas y de
la pólvora allí depositada, le intimó la entrega de ésta y el abandono de la
isla bajo amenaza de hacerlo por la fuerza. Luego, bajo la misma amenaza exigió
que la escuadra argentina abandonara el puerto de Montevideo. A esto siguió la
detención de la escuadra mientras el propio Purvis facilitaba el embarque de
hombres y armamento del gobierno de Montevideo que estaba en guerra con la
Confederación.
Entre tanto, el ministro inglés en
Buenos Aires, señor Mandeville, eludía dar las explicaciones pertinentes, lo
que sin dura creaba un estado de intranquilidad al gobierno de la
Confederación, fácilmente comprensible.
Explicado, así, el clima
internacional del momento, pasemos a ocuparnos de la propia negociación.
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Rosas,
efectivamente, ofreció a los banqueros las Malvinas en pago del empréstito
inglés de 1824 y sus servicios adeudados. Pero veamos cómo y por qué lo hizo.
Antes de ocuparme de la propia
negociación quiero hacer conocer la fuente de dónde extraigo la documentación
de que debo servirme para rechazar una vez más las falsas afirmaciones que se
vienen repitiendo impunemente, y dar a los documentos la verdadera, exacta y
honesta interpretación, que, con luz meridiana surge de sus propios textos.
En abril 18 de 1880 el ministro de
Estados Unidos en Buenos Aires, señor Tomás O. Osborne, trasmitió un pedido del
ministro de Relaciones Exteriores de su país, señor Guillermo M. Evarts, en el
sentido de que el gobierno argentino le hiciera conocer una amplia información
sobre la historia financiera, económica y monetaria de la República Argentina.
Esa delicada tarea le fue
encomendada al Dr. Pedro Agote, quien se expidió en octubre de 1881. Fue, en
ese documento oficial, que por primera vez se hizo público el hecho de que
Rosas intentara cancelar la totalidad del
empréstito inglés de 1824 y sus servicios adeudados, dando en pago las Islas Malvinas.
No fue, pues, un descubrimiento de
los investigadores antirrosistas dar con esa documentación. El Dr. Agote los
inició en la búsqueda; pero, desgraciadamente no la hicieron con el intento de
encontrar la verdad argentina y justificar los hechos, sino para hallar el
motivo para denigrar al mandatario, dando a los documentos una interpretación
absurda por arrevesada y estúpida, por lo inocua y malintencionada.
A ese respecto, debo hacer constar
que el Dr. Agote al tratar sobre este empréstito y pocos párrafos anteriores a
la cita de la participación de Rosas, hace una declaración que contrasta con
los infundios de sus enemigos; dijo:
“Quiero hacer constar en este
documento destinado a un gobierno extranjero, que los gobierno de Buenos Aires
y de la Nación no han perdido nunca de vista esta obligación, y que en medio de
las guerras civiles y nacionales, que los han afligido en largos períodos de su
existencia agitada, jamás han olvidado este compromiso de honor que, reconocido
alternativamente por uno u otro, han cumplido como les ha sido posible,
ofreciendo testimonios de honradez y desprendimiento de que no hay ejemplo en
la historia de pueblo alguno que les aventaje”.
“La relación histórica del
empréstito inglés de 1824 es una prueba espléndida de esta verdad; y al
consignarla en las páginas que siguen, cumplo un deber patriótico, al mismo
tiempo que ofrezco un ejemplo de honradez republicana, que debe servir de regla
para medir en todo tiempo y circunstancia, los compromisos nacionales.”
En este clima de intranquilidad
internacional y dificultades económicas a que he aludido en párrafos anteriores,
Rosas comisionó al ministro Insiarte para que se entendiese con el señor
Falconet.
“En desempeño de su encargo –dice el
Dr. Agote en su informe- el ministro
Insiarte manifestó a aquel señor (Falconet) en nota de 17 de febrero de 1843,
las dificultades con que había tropezado el gobierno para hacer este servicio,
y le anunció, en testimonio del deseo que le asistía de hacer un arreglo con
los acreedores, haber autorizado al Ministro Argentino en Londres para hacer al
gobierno de su Majestad Británica la proposición de ceder las islas Malvinas en
pago de la deuda.”
“Esta
nota –agrega el Dr. Agote- abunda en
consideraciones acerca de los derechos de la República a aquellas islas, y la
confianza que tiene de que ellos sean reconocidos por el gobierno británico.”
No es cierto, pues, que Rosas
renunciara a la soberanía de las islas como falsamente se ha dicho repetidas
veces. Por el contrario, en las notas que el ministro Arana dirigió al Dr.
Moreno y al agente señor Dickson en diciembre 23 de 1842, se dice: “el Sor.
Gobor. ha creído que esta es también la oportunidad de que el Sor. Moreno en conformidad a sus instrucciones demande
del Gvno. de S.M.B. una indemnización por el derecho de las Islas Malvinas, y que entre en esta el emprestito y sus rentas
vencidas y por vencer”…
En
las notas respuestas, el Dr. Moreno no dice que se ha apersonado al gobierno
inglés; por el contrario, en la de Abril 5 de 1843 comunica a Arana: “hemos
conferenciado largamente con Mr. Dickson antes de dar los pasos necesarios al efecto;
y hallamos tantas dificultades, que en verdad nos hace pensar que aunque la
idea de esta transacción es absolutamente justa y razonable en su fondo, no hai
al presente ninguna probabilidad de hacerla practicable. Mientras este Gobierno
niegue la Soberanía de las islas a la República, como lo ha hecho hasta ahora,
no ai medio de inducirlo a indemnizaciones por la cesión de aquel Dominio.”
Según estas notas, que el Sr. Burzio
transcribe íntegramente en su artículo en el Boletín del Centro Naval, no se comprueba
ninguna de las afirmaciones que se vienen haciendo. Por otra parte ¿cuáles son las instrucciones a que se alude en la
primera? En el mismo Boletín mencionado, se hace referencia a una nota de Arana
de fecha Noviembre 21 de 1838, que el autor transcribe en los siguientes
términos: “Artículo adicional a las instrucciones dadas con fecha de hoy al
Señor Ministro Plenipotenciario Dr. Dn. Manuel Moreno.”
“Insistirá así que se presente la
ocasión en el reclamo respecto a la ocupación de las islas Malvinas y entonces explorará con sagacidad sin que se le pueda
trascender ser idea de este gobierno si havria disposición en el de S.M.B.
a hacer lugar a una transacción pecuniaria, que sería para chancelar la deuda
pendiente del Emprestito Argentino.”
A juzgar por los términos de estas
instrucciones y siempre que no existan otras, parecería que Rosas no tenía la
intención de cumplir la venta y que sólo se proponía explorar con sagacidad el
ánimo del gobierno inglés. Sobre esta nota me ocuparé más adelante.
Falconet en nota de Febrero 21 de
1844 no acepta la proposición “por no ofrecer la cuestión pendiente de las
islas Malvinas un resultado pronto y favorable, habiendo el Ministro de
Relaciones Exteriores de Inglaterra, Lord Aberdeen, rechazado todo reclamo a
este respecto.” Esta respuesta, tampoco induce a pensar que se hizo el
ofrecimiento al gobierno inglés, y sólo es la expresión del conocimiento que
tienen los banqueros de la respuesta que Lord Aberdeen diera al Ministro Moreno
en 1842 para cerrar la discusión entablada anteriormente. A pesar de esta
negativa, se insiste en el ofrecimiento a los banqueros:
“El ministro doctor Insiarte en nota
de 20 de marzo de 1844, reitera el ofrecimiento de las Malvinas e insiste en la legitimidad de los derechos de
la República al territorio de “dichas islas, cuya cesión a los prestamistas
ingleses era el medio más pronto y eficaz para cubrir esta deuda.”
Como se ve por estas transcripciones
del informe del Dr. Agote, hay el propósito de insistir alargando la
tramitación. No es un planteo improvisado porque, al deseo de mostrar buena
voluntad para solucionar el pedido y a las dificultades de orden económico que
se oponen, la situación resultaba extraordinariamente embarazosa por la
responsabilidad hipotecaria que pesaba sobre el préstamo. En efecto; el
presidente Rivadavia, por intermedio de su ministro de Hacienda que era el Dr.
Salvador María del Carril, por nota de Abril 27 de 1826, dice el Dr. Agote:
“Comunico a los señores Baring “Brothers y Cía. Que tomaba medidas para
asegurar el servicio, haciéndoles notar que el empréstito estaba
ahora garantido por todo el territorio de las Provincias Unidas del Río de la
Plata.”
Esta última circunstancia de la que
no hablan quienes denuncian como infamante la actitud de Rosas por haber, sin
duda, circunscripto la responsabilidad hipotecaria a esas remotas islas, mínima
parte de todo el territorio de las Provincias Unidas, valuado por Rivadavia en
un millón de libras, tiene sin embargo, una enorme importancia porque fue
precisamente, alrededor de 1842 y 1843 que se intentan desmembramientos del
territorio nacional; y que, al propio gobierno británico se le ofrece el
protectorado de las provincias de Entre Ríos, Corrientes y las Misiones, que no
otro era el objetivo de la misión de Florencio Varela en esos años; pero de
este aspecto me he de ocupar en lugar aparte.
Es evidente, pues, que las notas
cambiadas entre el ministro Arana y el ministro argentino en Londres fueron
estrictamente confidenciales entre ellos; que el gobierno inglés no conoció
oficialmente este ofrecimiento y que él
no tenía otro propósito que dar tiempo para buscar una solución ventajosa con
el señor Falconet, como efectivamente sucedió. Pero, en el supuesto de no haber
sido así, se trataría de una transacción internacional de las que hay muchos
ejemplos en Europa y en América.
Y, en cuanto a la ventaja de la
operación, basta la lectura de la nota del ministro Moreno de Abril 5 de 1843
para comprobar con sorpresa que nuestros representantes en Londres estimaba que
las islas no valían en aquella época el importe del empréstito y los servicios
adeudados, al decir: “Nuestra deuda con
los intereses vencidos en 15 años que no se han pagado, anda por un millón
novecientos mil libras y es mui dudoso que este Gobierno se aviniese a estimar
en esta cifra, o cosa que se acercara a ella, la indemnización esperada.” (Boletín
del Centro Naval, N° 564, citado)
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Hasta
aquí me he ocupado del llamado negociado de Las Malvinas en 1842. Ahora quiero
insistir sobre la nota confidencial de Arana a Moreno de fecha Noviembre 21 de
1838, que antes he transcripto, porque los denigradores de Rosas la mencionan
como origen de “la idea nacionalista
de comerciar un asunto de honor nacional”. Ese documento fue facilitado por el
Dr. Isidoro Ruiz Moreno (hijo) al Dr. Jorge Lavalle Cobo, quien lo publicó en
1940; y, en 1944 lo reproduce el Académico de la Historia señor Humberto F.
Burzio. (Boletín del Centro Naval, N° 564, de enero-febrero de 1944)
Tomo la cita no por el valor de las
referencias sino por el hecho de que esa misma transcripción y parte
fragmentaria de la nota de Moreno de Abril 5 de 1843, acaban de ser
reproducidos en un opúsculo publicado por el señor Héctor C. Quesada en su
carácter de Director del Archivo General de la Nación y cuyo propósito es
divulgar el conocimiento de documentos sobre esta materia. (“Las Malvinas son
argentinas”, por Héctor C. Quesada, Secretaría de Educación de la Nación, julio
de 1948.)
El señor Quesada expresa a continuación,
“que en el archivo no existen mayores antecedentes sobre las gestiones de
Moreno”, y termina con este breve comentario:
“Este propósito de Rosas, en
realidad simple cambio de notas entre Arana, Moreno y Dickson sin conocimiento
oficial del Foreing Office constituye un error de gobierno pero revela al
propio tiempo, que sostuvo en todo momento nuestros derechos. Las pruebas son a
cubierto de toda caprichosa conjetura”.
Esas sensatas palabras del director
del Archivo Nacional hubieran bastado para cerrar el análisis de este episodio;
sin embargo, las recojo para salvar el error, precisamente, en que incurre el
comentarista al estimar que el paso de Rosas “constituye un error de gobierno”.
Pienso lo contrario: fue una habilidad de estadista sagaz en un momento
internacional no menos grave que el que tuvo que afrontar el año 1842, como
trataré de probarlo en apretada síntesis.
Por razones de espacio, no puedo dar
a la cuestión la extensión que demandaría este aspecto de nuestra historia, mal
estudiado por los historiógrafos “oficiales” que sistemáticamente tergiversaron
los hechos y su documentación dándoles absurdas interpretaciones, cuando no
optaron por silenciar o fragmentar los documentos, llegando hasta mutilarlos
con supresiones que les quitan valor probatorio o alteran el pensamiento de sus
autores, como viene ocurriendo con la correspondencia del general San Martín.
Por eso, voy a limitar mis citas a John E. Cady, moderno autor norteamericano,
que después de hurgar en forma extraordinaria los archivos de las cancillerías
de Francia, Inglaterra y Estados Unidos, ha escrito su libro, titulado “La
Intervención Extranjera en el Río de la Plata, 1838-1850”, con un acopio
asombroso de referencias documentales que exponen a la luz de la verdad los entretelones
de aquellos acontecimientos hasta ahora desconocidos u ocultados por nuestros
historiadores liberales.
Antes de entrar en materia sobre
este punto ruego a mis lectores que tengan presente que la nota aludida es de
fecha Noviembre 21 de 1838, y que los
acontecimientos que relataré y los documentos que con ellos se relacionen son
de fecha que le precedieron y le siguieron. Es decir, que son causas o efecto,
y dan pie o justifican la actitud de Rosas; y aun más, explican el pensamiento
de Rosas.
La política de Canning, había dado a
Gran Bretaña un predominio evidente en Sud-América, que, en el caso de la
Argentina se acentuó en su aspecto comercial a raíz del importante empréstito
de 1824 contratado por intermedio de los señores Baring Brothers y Cía. En
cambio, los Estados Unidos, nada hicieron por sobrepasar a Gran Bretaña en esa
lucha de predominio que se iniciaba. Por el contrario, después del atropello a
las Islas Malvinas, dio muestras de ponerse a favor de Inglaterra en esa
demanda, y en todos sus actos demostró que la doctrina de Monroe no obligaba en
absoluto al país de su origen (W.S. Robertson, “South America and the Monroe
Doctrine”). Cady nos dice que el señor
Baylies Encargado de Negocios norteamericano al abandonar Buenos Aires, lo hizo
“aconsejando a los Estados Unidos declarara la guerra al insolente gobierno de
Buenos Aires” (State Department, Rep, Rag.
Desp. 4, Bayles a Lavingston, septiembre 26 de 1832). La
insolencia de Rosas, ya lo hemos visto, consistió en haber defendido con
valentía la dignidad nacional sin que le amedrentara el poderoso.
Conocidas son las dificultades
originadas por las encubiertas pretensiones del vice-cónsul francés señor Aimé
Roger que motivaron réplicas que Francia simuló agraviantes. En Enero de 1838,
un portavoz del gobierno sostuvo: “Sólo con el apoyo de una poderosa marina
podrán abrirse nuevos mercados a los productos franceses”. (La Gaceta Mercantil
del 31 de marzo de 1838. Ministère des Affaires Etrangères (Francia),
Argentina, 25, p. 401, memorándum del gobierno francés de fines de 1838.) El 24
de Marzo de 1838 aparece el almirante Leblanc y apoyando al señor Roger
presenta tres reclamaciones que el gobierno debe contestar en plazo de dos
días. Rosas, así lo hace; pero le dice al altanero almirante, que, “Exigir
sobre la boca del cañón privilegios que solamente pueden concederse por tratado
es a lo que este gobierno –tan insignificante como se quiera- nunca se
someterá”. (Aff. Etrangères, Argentina, 24, pp. 4-8.) El bloqueo fue declarado. El cónsul no admitió
el trato preferente dado a los británicos en asuntos comerciales y financieros,
y a estas nubes se agregaron los traidores unitarios que, unidos al invasor y
al Uruguay se apoderaron de la isla de Martín García el 11 de octubre de 1838.
Domingo Cullen, gobernador delegado
de Santa Fe, promueve dificultades con las provincias del litoral que los
franceses aprovechan para levantar a los enemigos de Rosas. El 31 de Diciembre
de 1838 se celebra una alianza ofensiva y defensiva entre el gobierno oriental
y el gobernador de Corrientes Berón de Astrada, en el que, por su cláusula 7°
participa S.M. el Rey de los Franceses para levantar el bloqueo a cambio de
ejercer a su favor el libre paso de su bandera por los ríos argentinos. (Registro
Oficial, año 1839, N° 2749.)
Otro acontecimiento debió conmover a
Rosas, tan defensor de las soberanías
rioplatenses. En 1838 el Cónsul británico en Montevideo fue entrevistado
extraoficialmente para proponérsele que su gobierno tomara bajo su protección
al Estado Oriental como un medio de terminar la guerra Civil (Foreing Office,
6, 63, Mandeville a Strangeways, febrero 14 de 1838. “La idea fue sugerida al
Cónsul Hood por un señor Muñoz, ex Ministro de Hacienda del Gobierno de
Oribe”.)
Cady, dice: “Los intereses
financieros y comerciales más poderosos de Inglaterra, dirigían el coro de
denuestos arrojados a Francia”. ”El gobierno británico muy poco podía hacer,
sin embargo. No cabía desconocer a Francia el derecho de emplear las medidas de
fuerza que aquel utilizara tan amenudo.” Palmerston, aunque no aceptaba los
acontecimientos que ocurrían en Buenos Aires, busca una conciliación y así la
insinúa al ministro argentino en Londres, Dr. Moreno. (Foreing Office, 6, 72,
de Palmerston a Moreno, abril 23 de 1839.)
Es en este período que Rosas, por
nota de Arana a Moreno, le sugiere que “explore con sagacidad” si el gobierno
de S.M.B. estaría dispuesto a una
transacción pecuniaria para chancelar la deuda pendiente. Hacen diez años que
no se pagan los servicios del empréstito. Es evidente que al gobernador de
Buenos Aires le interesa, llegada la oportunidad, demostrar su empeño de
respetar y cumplir el crédito de los prestamistas ingleses y se esfuerza por
satisfacer al gobierno Británico acordándole facilidades en estos momentos en
que se lucha por el predominio comercial.
Rosas tiene la firme convicción de
que no cuenta con el apoyo norteamericano, ante cuyo gobierno acaba de designar
representante para iniciar la reclamación directa por el atropello de la
“Lexington” y por los acontecimientos precedentemente relatados; su situación
es gravísima y es necesario salvar el crédito, el honor, la soberanía y hasta
la libertad de la Nación. Dejemos que hable el historiador Cady, que, como
ninguno, ha recorrido los archivos de las Cancillerías y que, por ser
norteamericano no puede tildársele de parcialidad a favor de Rosas.
“Para asegurar las simpatías
británicas –dice Cady- el gobernador tuvo el gesto inteligente de acceder al
pedido de Mandeville para que las mercaderías llegadas del extranjero, a pesar
del bloqueo, se despacharan con una rebaja del tercio de los derechos que
pagaban anteriormente.” (Foreing Office, 6, 64, de Mandeville a Palmerston,
junio 14 de 1838.)
“Al romper con Leblanc, Rosas
arrojóse en brazos de su amigo Mandeville, quedando la ocupación inglesa de las
islas Malvinas completamente relegadas al olvido. El gobierno se apartó de la
política seguida hasta entonces para recalcar, tanto en privado como en
público, que las operaciones francesas constituían en realidad un ataque a la
posición privilegiadas de los británicos, y que el éxito de sus intrigas
significaría la caída del partido favorable a Inglaterra” (Foreing Office, 6,
69, de Mandeville a Palmerston, 24 de enero de 1839; British Foreing and State
Papers, 27, pp. 713-716.)
“Los
representantes franceses en Montevideo que, como es natural, no conocían las
instrucciones británicas, sólo veían la intimidad de Mandeville con Rosas, y
sospecharon que el gobierno de Londres estaba en realidad alentando a su
enemigo en su exasperante obstinación… Palmerston sostenía que el cónsul
Roger había hecho: de las reclamaciones
francesas un pretexto para intervenir por la fuerza en las cuestiones internas
de los partidos políticos de Buenos Aires…No es presumible que por dichas
razones las demás naciones consientan ver interrumpidas sus relaciones
comerciales con Buenos Aires por Francia.” (Foreing Office, 6, 72, memorándum
fechado el 2 de marzo de 1839 con un sumario de las instrucciones dadas a
Granville (embajador en París) hasta el 18 de enero de 1839.)
Triunfó así, la sagacidad del
gobernante argentino y lo que no veían o intencionadamente ocultaban sus
denigradores viene a decírselos un historiador extranjero. Posiblemente, por
esa circunstancia y por ser una referencia “foreing
made” al fin se darán por convencidos y callen. Será una de las pocas veces
que reciban una buena inspiración foránea que contribuirá a la tarea de
argentinizar argentinos según una feliz expresión de nuestro Presidente.
Con esta breve reseña he querido
mostrar que la nota de Arana a Moreno de 1838 no “constituye un error de gobierno” sino un ardid de sagaz estadista
sin comprometer nada, con que Rosas quiso ganar la buena voluntad del gobierno
británico.
.
Los
historiadores liberales y los oportunistas que les hacen coro, en su afán de
lanzar denuestos contra Rosas llegan a un grado tan sorprendente de
ofuscamiento que no ven las armas que contra ellos pueden esgrimirse para que,
tarde o temprano caiga la historia falsificada y se imponga la verdad. Y
entonces, como acaba de decirlo un ilustre historiador: “¡Cuántos grandes
aparecerán pequeños y cuántos pequeños aparecerán grandes!”
Con ese propósito y para elevar a
Rosas a la altura que lo ha colocado el Libertador San Martín, voy a referirme
a algunos de los desmembramientos que sufrió nuestro patrimonio territorial y a
los que por ventura no quiso Dios que se llevaran a cabo. El lector hará su
juicio y apreciará alguno de los actos que voy a relatar merecen un repudio
mayor que el que se ha pretendido endilgarle a Rosas en el asunto de Las
Malvinas.
Paso por alto la pérdida de la
Provincia Oriental, del Paraguay y las del Alto Perú convertidas hoy en
República de Bolivia, que por la ceguera de argentinos ilustres se
desintegraron del Virreinato del Río de La Plata. Siguiendo el orden
cronológico enumeraré los principales:
1°)
El año 1815, el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata,
don Carlos María de Alvear, firmó dos notas sorprendentes. Una dirigida al
ministro de Negocios Extranjeros de la Gran Bretaña en la que dice
textualmente:
“Estas provincias desean pertenecer
a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer su gobierno y vivir bajo su
influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y
buena fé del pueblo inglés y estoy resuelto a sostener tan justa solicitud…”
Y terminaba: “Es necesario se
aprovechen los momentos, que vengan tropas que impongan a los genios díscolos y
un jefe plenamente autorizado…”
La otra nota, dirigida a Lord
Strangford, insiste en su propósito y agrega: “La Inglaterra que ha protegido
la libertad de los negros en la Costa de Africa impidiendo con la fuerza el
comercio de la esclavitud a sus más íntimos aliados, no pueden abandonar a su
suerte a los habitantes del Río de la Plata en el acto mismo en que se arrojan
en sus brazos generosos”. Mitre llama a estos documentos producto de un momento
de debilidad… (Historia de Belgrano, por Bartolomé Mitre, cap. XXVI) Alvear
tiene un magnífico monumento en sitio prominente de la Capital y la historia
silencia esta afrenta.
2°) En la frontera andina se instaló
la Comisión Argentina de emigrados en Chile: la constituía el General Gregorio
de Las Heras, como presidente, Domingo F. Sarmiento, Domingo de Oro, José Luis
Calle y otros argentinos. Al igual que la de Montevideo se entregó
empeñosamente a concitar agresiones a la Confederación.
Es en marzo 11 de 1835. Rosas ha
asumido el gobierno; pero, para los historiadores oficiales ya entonces era “un
tirano sangriento”. Don José Luis Calle, que actuó como secretario de la
Comisión Argentina se dirige en esa fecha al ministro dictador de Chile don
Diego Portales, y le dice:
“Existe hoy día en Santiago una
Comisión enviada por las provincias de Mendoza y San Juan cerca del gobierno de
la República… No será difícil obtener la
incorporación de aquellas provincias a esta república. Creo conveniente
decir a Vd. las razones que tienen en vista indudablemente, para creer que el
gobierno de Chile no rechazaría la solicitud de las provincias de Mendoza y San
Juan, de que se les admitiese en la asociación política de este país.” Expone
las razones y agrega:
“Excusaría tal vez el enumerar entre
estas razones la de que nada parece más natural que el que un país apoye
siempre toda idea que pueda estimular su engrandecimiento…” ¿Para qué seguir
con la transcripción de este documento que nos avergüenza? El conspicuo
unitario concluía su oferta, diciendo: “Ojalá
Vd. mire este asunto bajo el mismo aspecto. Para este caso yo contestaré a
Mendoza sobre lo que se me dice, i lo que ahora es el objeto de una carta
reservada pasaría a ser un hecho positivo.”
Por fortuna, en esos momentos el
gobierno chileno ya tenía resuelta su guerra contra la Confederación Perú-boliviana,
y la Argentina que no hubiera podido sin grandes sacrificios evitar ese enorme
desmembramiento, sorteó aquel peligro por propia decisión del mandatario
chileno.
Portales contestó: “Que delante de aquella traición, comprendía que Quiroga fuese un héroe,
y que bien merecían sus paisanos estar bajo el filo del sable.” (“La Epoca
de Rosas”, por Ernesto Quesada, 1923 (Edición Jubileo) “La Unidad Nacional”,
por Ricardo Font Ezcurra, edición 1941. “Diego Portales”, B. Vicuña Mackenna,
Valparaíso, 1863, tomo II.) Esta
respuesta evita todo comentario.
(pág.
75) 3°) Años después, en 1842,
precisamente el año en que a Rosas se le atribuye la entrega de las Malvinas,
un argentino ilustre provoca un disgregamiento que, por desgracia, se efectuó;
me refiero a Domingo Faustino Sarmiento
que en Noviembre 10 de 1842 inicia en el diario de Santiago “El Progreso” una
pertinaz campaña periodística para demostrar que Chile tenía derechos
incuestionables sobre el estrecho de Magallanes y las tierras adyacentes, y en
un editorial formidable del 28 de Noviembre incita abiertamente a Chile para
que ocupe esa parte de su patria. Le dice: “Para Chile basta en el asunto de que tratamos decir quiero, y el
Estrecho de Magallanes se convierte en un foco de Comercio, de civilización e industria, que en pocos
años puede sobreponerse a todos los centros comerciales de la América del Sud…
lo repetiremos hasta la saciedad; aquel punto está llamado a figurar un gran
papel en el comercio del mundo”. Alienta a Chile con el ejemplo de los países
europeos “que andan a la caza de tierras para formar colonias y que se
anticipan de un siglo en la ocupación de aquellos puntos que ofrecen la más
leve importancia comercial” y agrega, no dándole importancia y mofándose de las
defensas de Rosas: “La Inglaterra se
estaciona en las Malvinas para ventilar después el derecho que para ello tenga.
En cambio no faltará cada año que transcurre en el mensaje del gobierno de
Buenos Aires, el párrafo obligado: “El Gobierno continúa sus reclamos, y espera
de la justicia del gabinete británico que serán atendidas” (“La Unidad
Nacional”, por Ricardo Font Ezcurra, edición 1941. “El original transcripto ha
sido certificado por la Dirección General de Bibliotecas, Archivos y Museos de
Santiago de Chile, a petición del Dr. Font Ezcurra en 21 de agosto de 1937”) Chile
ocupó esos territorios el 21 de Septiembre de 1843.
Sarmiento
obró en conciencia y muestra pensamiento de estadista; pero es doloroso
comprobar que en esta ocasión sus talentos estuvieron al servicio de un
desmembramiento, que, además de lo que significa como pérdida territorial, ha
de crearle al país dificultades para su futura expansión antártica.
4°)
Sarmiento, lanzado en el torrente de servir a Chile no se contiene, ni los años
le apaciguan; así, en Marzo 11 de1849 en un nuevo editorial publicado en “La
Crónica” alienta al gobierno de Chile para que ocupe los territorios de la
Patagonia proclamando sus derechos. Dice:
“Entre
sus territorios poblados median los ríos Negro y Colorado como barreras
naturales para contener los bárbaros, median las dilatadas regiones conocidas
bajo el nombre de Patagonia, país
ocupado por los salvajes y que ni la Corona de España, ni Buenos Aires han intentado ocupar hasta hoy”.
Y
agrega esta enormidad:
“Quedaría por saber
aún, si el título de erección del Virreinato de Buenos Aires expresa que las
tierras al sud de Mendoza y poseídas aún
por chilenos entraron en la demarcación del virreinato, que a
no hacerlo, Chile pudiera reclamar todo el territorio que media entre
Magallanes y las provincias de Cuyo” (“La
República Argentina y Chile”, ante el árbitro, por Luis V. Varela, 1901. “La
Unidad Nacional”, por R. Font Ezcurra.)
Demás
está recordar que en el litigio de límites, Chile reclamó para sí la Patagonia
Argentina.
5°)
Después de la derrota del presidente oriental general Fructuoso Rivera en
Diciembre 6 de 1842, se desvanecen sus intenciones de construir con la
agregación de Entre Ríos, Corrientes, las Misiones y la Banda Oriental un gran
estado limitado por el océano y los ríos Paraná y Paraguay. Se hacen más
modestas las pretensiones, y la Comisión Argentina en Montevideo reduce el plan
a formar un estado independiente con las dos primeras provincias y el
territorio de Misiones bajo la protección de Francia o Gran Bretaña. La
exposición de este plan de desmembramiento y de las “ventajas comerciales y
políticas” que produciría lo hizo el doctor Florencio Varela en una “Memoria”
que presentó al señor Sinimbú, ministro del Brasil, al agente francés y al
comodoro inglés Purvis que en esos momentos hostilizaba a Rosas, como he dicho.
Todos
convinieron en la conveniencia de que el mismo doctor Varela fuera comisionado
ante las Cortes de Londres y París para ejecutar el plan, y el Ministro de
Relaciones Exteriores del Uruguay señor Vázquez lo designó enviado confidencial
de ese país. No abundaré en detalles sobre esta misión que el “ilustre mártir
de la libertad” cumplió sin escrúpulos entre Agosto de 1843 y Febrero de 1844.
El
general José María Paz, en sus memorias, nos dice: “Cuando el doctor Florencio
Varela partió de Montevideo a desempeñar una comisión confidencial cerca del
gobierno inglés el año 1843, tuvo conmigo una conferencia en que me preguntó si
aprobaba el pensamiento de separación de las provincias de Entre Ríos y
Corrientes para formar un Estado independiente: mi contestación fue terminante
y negativa…El señor Varela desempeñó su misión y por lo que después hemos
visto, me persuado de que hizo uso de la idea de establecer un Estado
independiente entre los ríos Paraná y Uruguay, lo que creía halagaría mucho a
los gobiernos europeos, particularmente el inglés”.
En la correspondencia
que después mantuvo Paz con el autor de la “Memoria”, dice que este “se
proponía probar que el proyecto era utilísimo a la República Argentina” a lo
que responde: “que se preconizase como conveniente a nuestro país, es lo que no
me cabe en la cabeza.” (“Evolución
Republicana”, por Adolfo Saldías, apéndice, capítulo X; “Diplomacia de la
Defensa de Montevideo”, correspondencia del Dr. Manuel Herrera y Obes;
“Autobiografía de Florencio Varela”, Montevideo, 1848; “Memoria del General
José María Paz”).
Como
único comentario a esta intentona, diré que resultan realmente insignificantes
las lejanas Malvinas si se las compara con los extensos y riquísimos
territorios mesopotámicos argentinos; y cuánto estupor causa que la historia
oficial haya encubierto a los que sin pudor quisieron desprenderse de esas
provincia arrancándolas de la entraña misma de la Nación, y concentre, en
cambio, todo su encono en una falsa imputación a Rosas.
6°) “Los defensores de
Montevideo” no se desalentaron. A mediados de Junio de 1848 el ministro doctor
Manuel Herrera y Obes acreditaba como agente confidencial ante el gobierno
inglés al señor Adolfo Priel para que insistiese en obtener que las provincias
de Entre Ríos y Corrientes formasen una Estado independiente (“Martín García y la jurisdicción del Plata”,
por Agustín de Vedia, 1908.)
Esta fraternal misión
debió terminarla el Cónsul del Uruguay en Londres Coronel Juan J. O’Brien,
ayudante del general San Martín, que luego fue hecho general por el mariscal
Santa Cruz a cuyas órdenes prestó servicio durante la guerra de la
confederación perú-boliviana contra la confederación argentina en 1837-1838.
A esa nueva pretensión
uruguayo-unitario puso fin Lord Palmerston despidiendo al agente con su famosa
carta de Noviembre 13 de 1848 que tanto revuelo produjo en la Banda Oriental y
en particular entre los emigrados unitarios. En ella, el Canciller inglés,
entre otras cosas le decía a O’Brien: “los
partidos que parecen dirigir ahora los negocios de Montevideo son un puñado de
extranjeros aventureros que tienen la posesión militar de la ciudad y dominan
al gobierno nominal de la misma”. (“Diplomacia
de la Defensa de Montevideo”, correspondencia del Dr. Manuel Herrera y Obes.)
La última manifestación
originó una reclamación uruguaya.
Como
único comentario recordaré que hace pocos años, al traerse al país los restos
de este militar extranjero que poco respeto a la Argentina aprendió de su Jefe
el General San Martín, hubo algunos incautos liberales que sin más conocimiento
que la historia de Grosso que tantos corazones juveniles ha envenenado,
pretendieron depositar su urna al lado del Libertador, nada menos que en su
propio mausoleo de la Catedral Metropolitana.
Entre
tanto, Rosas sigue en tierra inglesa sin poder descansar en unas pocas pulgadas
de la tierra que con tanto patriotismo defendió y que por él no la vemos
convertida en varias republiquetas.
Para terminar este
capítulo, diré, que si nos detenemos a pensar sobre las dos tendencias tan
opuestas que se debatían en nuestro país en aquellos años y que ambas buscaban
un eco de apoyo y de apelación en la Corte de Inglaterra, se comprenderá la
impresión de anarquía y ruindad que debían producir en aquel gobierno los
desmembramientos y la imploración de
protectorado sobre territorios argentinos ofrecidos sin pudor por sus hijos
extraviados para satisfacer pasiones políticas; y qué poca importancia habría
de prestársele a Rosas que, en medio de aquella “marchanta” de valiosas tierras
argentinas pretendía hacer valer las pequeñas y lejanas Malvinas para contener
al poderoso que amenazaba nuestra total independencia política.
.
En
los capítulos precedentes he demostrado que el renunciamiento de soberanía
atribuido a Rosas es una falsa imputación; asimismo, creo haber probado con la
evidencia de los propios textos de los documentos, que el ofrecimiento de Las
Malvinas en pago del empréstito de 1824 y sus intereses, fue una proposición
hecha exclusivamente al representante de los banqueros y que nunca, ni en 1838
ni en 1842 se hizo tal propuesta al gobierno británico; ese asunto se trató
confidencialmente entre el gobierno argentino y su representante en Londres y
todo hace suponer en un ardid para sortear la difícil situación creada por la
cuantiosa suma adeudada y la responsabilidad hipotecaria instituida por
Rivadavia que garantía su pago con el territorio de las Provincias Unidas; y a
todo eso, debió agregarse las amenazas que al fin se convirtieron en la
realidad de dos guerras internacionales sostenidas con Francia una y con
Francia e Inglaterra unidas la otra, contienda esta última, de la que el
General San Martín le dijera: “en mi
opinión, es de tanta transcendencia como la de nuestra emancipación de la
España”.
Es indudable que Rosas, en esas
horas aciagas de nuestra historia, en lucha con la traición unitaria y los
desmembramientos que provocaban, haya podido sentir muy de cerca la necesidad
de apelar al recurso extremo de hacer concesiones territoriales para mantener
la paz y evitar que los poderosos avasallaran nuestra nacionalidad. Pero su
firme decisión no permitió que ello sucediera como después ha acontecido
durante otros gobiernos.
En este capítulo quiero mostrar al
lector que ese pensamiento estuvo en la mente de argentinos ilustres en
circunstancias en que el peligro de una posible guerra, sin duda menos grave
que las que sostuvo Rosas, obscurecía el horizonte de la patria. Entonces, en
beneficio de la paz, prefirieron la pérdida de extensos y ricos territorios de
nuestro suelo, y la posteridad no les ha censurado ni ha sospechado de que en
sus decisiones privara otra mira que el bien de la patria. ¿Entonces, por qué no
pensar de idéntica manera al juzgar a Rosas que fue el paladín de la defensa de
la soberanía argentina?
Nuestras cuestiones de límites, y en
particular la larga y enojosa sostenida con Chile, nos brinda un ejemplo de
disputa territorial en la que nuestros derechos de soberanía estuvieron
seriamente comprometidos por las exigencias y belicosidad del país hermano en
circunstancias en que nuestros medios materiales de defensa estaban muy
debilitados.
Iniciada por una propaganda
insensata que estimuló las pretensiones chilenas, se agravó por propuestas que
perjudicaban los intereses argentinos, y fue perdiendo poco a poco su carácter
pacífico para convertirse en una situación tan delicada que indujo a ambos
países a mantenerse amenazantes en pie de guerra.
En la sesión del Senado de fecha
Mayo 14 de 1871, año en que nuestra tirantez con el país hermano se hizo muy
grave, don Bartolomé Mitre aprovechó la oportunidad del debate de la ley
organizando los territorios nacionales, y al referirse a los límites de algunos
de esos territorios con los países vecinos dijo: “Considero una circunstancia
feliz que tales cuestiones se traten, aunque sea por incidente, en el seno del
Congreso Argentino, desde lo alto de la tribuna parlamentaria, para que el país
tome conocimiento de ellas, para que la palabra de los representantes del
pueblo argentino repercuta en los ámbitos de las naciones vecinas, porque manifestándose
nuestros propósitos y nuestras opiniones a la luz del día y en medio de un
debate libre, se forma en propios y extraños la conciencia de una buena
política internacional, fundada en la paz, en el respeto recíproco, y que se
inspire en consideraciones elevadas que consulten los grandes intereses de lo
presente y de lo futuro, manteniendo mientras tanto con firmeza y tranquilidad
nuestro derecho, sin debilidad y sin arrogancia".
Y Mitre, sin quererlo, situó a Rosas
en la verdadera posición que sus detractores le niegan, al sostener que: “Estas
cuestiones, que tienen sin duda la seriedad y la importancia de todas las que
afectan la soberanía territorial de estados independientes, no tienen sin
embargo la gravedad de aquellas, que afectando al mismo tiempo su honor y su
seguridad, arrastran fatalmente a las resoluciones extremas”. Es decir, que los
casos a que se refería el orador, estaban muy lejos de tener la gravedad de los
acontecimientos que se sucedían en los años que la Confederación vió amenazado
su honor, su seguridad y su propia independencia y que por fortuna para la
nacionalidad estaba a su frente don Juan Manuel a quien el Libertador le
hiciera esta confesión: “jamas he dudado
que nuestra patria tuviese que avergonzarse de ninguna concesión humillante
presidiendo usted a sus destinos”.
Siguiendo la exposición, don
Bartolo, se refirió a las tres cuestiones de límites pendientes que podían acarrear dificultades a la República,
y que todas involucraban la cesión de
tierras del propio solar argentino.
“Es indudable que Bolivia necesita
más que nosotros de costas y puertos sobre el Alto Paraguay –decía Mitre– y que nuestra política internacional para con
esta República vecina y hermana tiene que inspirarse en consideraciones más
elevadas que la del estricto derecho, y obedecer a las leyes más imperiosas y
equitativas que las que dicta la voluntad de los hombres contrariando las de la
naturaleza”.
Y
agregó:
“No deseo en esta parte comprometer
la política de mi país ni anticiparme al voto del Congreso; pero pienso que si
bajo estos auspicios la cuestión de límites que tenemos con Bolivia fuese sometida
al voto de los representantes del pueblo argentino, ellos, inspirándose en
sentimientos más elevados y en consideraciones de mayor trascendencia, lo
resolverían fraternalmente en el sentido de los intereses del pueblo boliviano,
aun cediendo de nuestro propio derecho…” Y estas hermosas palabras, que han costado la
pérdida de riquísimas regiones mineras indispensables para la seguridad de la
Nación, se hicieron a pesar de que en opinión de Mitre “las cuestiones de
límites que tengamos o podamos tener con Bolivia… en ningún caso serán motivo
de la guerra…”.
En cuanto al Brasil, dijo Mitre:
“Por lo que respecta al Brasil,
nuestra cuestión de límites con él, sólo afecta una extremidad de nuestro
territorio, admirablemente situado es
cierto, lleno de riquezas naturales y de gran porvenir; pero en gran parte
despobladas…y es de esperarse, que después de los sacrificios comunes que
ambas naciones han hecho en honor de la paz de estos países, después de haber
fraternizado en los campos de batalla, inspirándose en una noble idea política,
esto contribuya más aún a una solución moral y tranquila”. Así fue, en efecto; pero perdimos esas
magnificas tierras mesopotámicas en honor de la paz.
Sigue en la enumeración lo que
respecta a Chile; y bueno es recordar que sus pretensiones incluían los
territorios Magallánicos y la casi totalidad de la Patagonia.
“No necesito decir –expresa
Mitre– que considero incuestionables
nuestros títulos históricos y legales; y si alguna duda hubiese sobre el
particular, la misma constitución de Chile los reconoce explícitamente,
habiendo la Providencia trazado entre ambos países por medio de la Cordillera
de los Andes, una línea divisoria, natural y eterna”. Y glosando a Sarmiento
que en su campaña periodística de “La Crónica” de Santiago en marzo de 1849
sostuvo que “Un territorio limítrofe
pertenecerá a aquel de los dos Estados a quien aproveche su ocupación sin dañar
ni menoscabar los intereses del otro”, don Bartolo completó su pensamiento,
diciendo:
“Admitiendo sin embargo la
discusión, como corresponde entre buenos vecinos, y dispuestos como con
respecto a Bolivia a inspirarnos en consideraciones más elevadas que las del estricto derecho tratándose de
territorios en gran parte caóticos, dominados por los salvajes, podemos aceptar
el territorio cuestionable, no como campo de lucha, sino como terreno de ensayo
para la fuerza expansiva de la civilización. La cuestión entonces se reduce a cuál será de las dos naciones la que
tenga más fuerza expansiva, cuál será la que conquistará más terreno por medio
de la población, y cuál la que pueble más pronto y mejor obedeciendo a la ley
del progreso, que en definitiva refluirá en bien del vecino”. (
“Arengas de Bartolomé Mitre” biblioteca de “La Nación”, Tomo II°, Año
1902.)
Y
esta generosidad de Mitre, a pesar de las reflexiones que hace sobre nuestros
derechos y no obstante los compromisos existentes que establecen “que nuestras
cuestiones de límites nunca lo serán de guerra” lo llevan a proclamar y
aconsejar estos desmembramientos porque son en beneficio de la paz.
Muchos son los hombres de aquella
época que pensaban o al menos obraban de idéntica manera. Así, ¿quién se
atrevería a lanzar la sospecha de que el Dr. Carlos Pellegrini estaba imbuido
de propósitos contrarios al interés nacional? Sin embargo, ese ilustre
ciudadano también, en esa oportunidad prefería perder territorios argentinos en
beneficio de la paz.
El Dr. Juan G. Beltrán, en su obra
“El zarpazo inglés a las Islas Malvinas”, año 1934, dice:
“Cuando en el Senado Argentino se
debatía en sesión secreta la cuestión argentino-chileno de límites y la
posibilidad de una solución bélica, Pellegrini
aconsejó: esperar… esperar para vencer al adversario con nuestro aliado que era
entonces y es ahora: el tiempo. ¿Qué valen algunos cientos de leguas de
territorio más o menos dentro del nuestro, al lado de los beneficios y del
valer inmenso de la paz? Fue su argumento. Su visión profética se cumplió
ampliamente”.
Sí; hubo paz, pero
perdimos extensos y valiosos territorios.
Si nos detenemos a pensar lo que
hubiera ocurrido si Rosas, en vez de su férrea resistencia hubiera optado por
asegurar la paz, tan gravemente comprometida entonces, mediante entrega
territoriales, llegaríamos a la conclusión de que hoy seríamos cualquier cosa
menos argentinos. Seamos benevolentes y admitamos que esas ideas no nacieron de
una inspiración antipatriótica sino impuestas por las circunstancias, y como
fruto de errores e imprevisiones de aquellos gobernantes y hombres públicos.
En mi opinión, las declaraciones de
Mitre fueron tan inoportunas como impolíticas. Chile aumentó sus pretensiones,
y los árbitros a quienes se sometieron todos esos litigios de límites
invariablemente laudaron en contra de la República Argentina, a la que sin hesitación
cercenaron aquellas enormes extensiones de territorios que los dirigentes
liberales argentinos generosamente ofrecían en holocausto de la paz.
Lo que irrita es que esas
concepciones y los juicios que han merecido a los que confeccionaron la historia
oficial sean favorables para Mitre y otros ilustres argentinos y no para don
Juan Manuel de Rosas que, como ninguno, defendió nuestra soberanía y durante su
agitado gobierno el país no perdió una sola pulgada de tierra a pesar de vivir
en continuo estado de guerra y bajo la acechanza y avidez de los países
imperialistas más poderosos de la época.
Y
para terminar esta reseña, tal vez mal
hilvanada, pero bien inspirada sine ira et studio, me referiré a dos
últimos puntos. Sistemáticamente se ha ocultado el aporte documental y probatorio hecho por Rosas y los
ilustres cancilleres que le acompañaron en estas emergencias; y nunca se ha
dicho, como justa censura, que fue necesario que transcurrieran más de 30 años
después de Caseros para que el gobierno retomara en 1884 las controversias
malvineras. Entre tanto, queda la mofa que Sarmiento hiciera al Restaurador en
las columnas de “La Crónica” de Chile por su insistencia en mantener latente
estas cuestiones durante todo su gobierno.
Durante la presidencia del General
Julio A. Roca el año 1884 circunstancias especiales hicieron que se reanudaran
estas cuestiones y en particular porque el ministro inglés en Buenos Aires, Mr.
Edmundo Monson, reclamó por la publicación de mapas y conceptos vertidos sobre
la soberanía argentina en las Islas
Malvinas. Es indudable que después de tantos años transcurridos el asunto
tomara al gobierno un tanto desprevenido. Fue en esa oportunidad que se creyó
que sería un valioso aporte utilizar un voluminoso legajo rotulado “Importante sobre Malvinas” de puño y letra de Rosas, que formaba
parte de la copiosa documentación entregada al doctor Adolfo Saldías para
escribir su importante Historia de la Confederación Argentina.
Ese legajo estaba formado por los
siguientes documentos originales u oficialmente testimoniados:
Protesta del Encargado de
Negocios y de S.M.B.; exposición
sobre la agresión en Malvinas perpetrada por el comandante de corbeta
norteamericana “Lexington”; informe del comandante militar y político de Malvinas;
correspondencia del ministro de Relaciones
Exteriores de Buenos Aires con el cónsul de los Estados Unidos y el comandante
de la “Lexington”; colección de documentos oficiales sobre Malvinas y apéndice
impreso; correspondencia con el
Ministro de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos y con el de S.M.B.; reclamación del gobierno argentino sobre
la soberanía argentina de Malvinas; noticia de las islas Malvinas y
derechos del gobierno argentino sobre ellas que es una Memoria presentada al gobierno
de Buenos Aires por el Cónsul General de Francia (pág. 84) Mr. De Vins de
Payssac; las declaraciones de los testigos oculares del atropello con un
ejemplar de “El Lucero” del 15 de febrero de 1832 que también las publicó; la
“Historia de viajes y descubrimientos en el Mar Pacífico” por Burney y; “Viaje
alrededor del mundo” por Byron; el oficio de Puente, incluyendo el parte
detallado de Madariaga sobre la rendición de Puerto Egmont; y la
correspondencia del mismo Madariaga y todo lo referente a la capitulación
concedida a las fuerzas británicas para su salida de Puerto Egmont registrados
en los papeles de estado publicados en el Annual Register de 1771 (volumen 14,
7° edición, Londres 1817) y muchas otras piezas importantes.
Este legajo, con todas sus
referencias, fue entregado en mano propia al Presidente de la Nación Julio A.
Roca en 1884 por el doctor Saldías con destino al Archivo del Ministerio de
Relaciones Exteriores y para ser utilizados en la nueva demanda argentina que
ese año debía presentarse a los gobierno de S.M.B. y de los Estados Unidos. La
existencia de esta documentación preparada y conservada por Rosas, que figuraba
entre los papeles que llevó al exilio de los que se constituyó en celoso
guardián, es la prueba más concluyente de la importancia que les asignaba y de
la preferente y personal atención que le prestó a estas cuestiones.
Redactada la reclamación y respuesta
que el gobierno de Roca debía presentar, fue sometida a dictamen de don
Bartolomé Mitre, quien la devolvió con un documento que tituló:
“Observaciones a la Reservada del 28
de enero de 1884, y al Memorandum correspondiente sobre la cuestión de las
Islas Malvinas, pendientes con la Gran Bretaña y los Estados Unidos”.
(Antecedentes de esta reclamación y las observaciones de Mitre se publicaron en
los cuadernos VIII y IX del Tomo VI del Boletín del Instituto Geográfico
Argentino, Año 1885.)
Por razones de espacio no puedo
transcribir en extenso este documento; pero diré, que muy poca cosa significa
el aporte de Mitre que es pesimista y restrictivo con respecto a los derechos
argentinos; en cambio, da gran valor a la documentación exhibida por el
gobierno británico, aunque no cita las pruebas a que se refiere y dónde las ha
consultado no obstante declarar que esas pruebas oficiales persuaden y
anonadan. A pesar de la opinión de don Bartolo creo que no debemos alarmarnos
porque de su asesoramiento queda un saldo; Mitre no conocía ni lo preocupó el
estudio del pleito malvinero.
Por lo que respecta a la cuestión
con la Gran Bretaña, dice: “Durante mi presidencia, también me ocupó esta
cuestión, si bien no creí oportuno darle formas oficiales a efecto de reabrirla
en el terreno de la diplomacia. En aquella época, la política inglesa que
aconsejó la ocupación de las Malvinas en 1833 había variado: ya que ese punto no tenía para ella la
importancia que en un tiempo le diera, y apenas si le prestaba alguna atención
como establecimiento lejano teniendo en vista su comunicación con la
Australia. La ocasión parecía propicia; pero simultáneamente tomé conocimiento de un
cuaderno de los Blue Papers en que el
gobierno inglés daba cuenta al Parlamento del estado de esa colonia, en que le
daba cierta importancia, aun cuando entonces no contaba arriba de 700
habitantes, según recuerdo”.
“El Gobierno Argentino –agrega
Mitre- debe pedir a su ministro en
Londres los Libros Azules relativos a Malvinas, a fin de darse cuenta de la
importancia que la Inglaterra dé a ese establecimiento y al cual ha prestado
posteriormente mayor atención”.
Se ve que Mitre no le prestó a la
cuestión de Las Malvinas mucha atención ni le dio importancia porque durante
veinte años no tuvo inquietud de conocer los Libros Azules.
“En la época indicada era Ministro de la Gran Bretaña en
la República Argentina, “Mr. Thorton, perfectamente dispuesto en nuestro favor.
Conversé algunas veces con él sobre el particular, y convino en que ese
establecimiento no tenía para la Inglaterra la importancia que antes le había
dado, insinuando que hasta era una carga sin objeto para su antigua política
colonizadora, empero, me manifestó en términos generales que la Inglaterra
estaba dispuesta a mantener su posesión real como parte integrante del Imperio
Británico. No creí prudente ir más adelante por cuanto comprendí que ningún
resultado daría por el momento esa abertura confidencial, y menos aún una
negociación oficial sobre la base de las reclamaciones pendientes”.
En mi opinión resulta extraña esta
actitud indiferente de Mitre, y más porque la cita como aleccionadora; en efecto,
prosigue diciendo:
“De todos modos, el gobierno
argentino debe tener presente este antecedente como táctica para preparar el
camino al negociador en Londres, propiciándose la buena voluntad de la Gran
Bretaña”. Francamente no veo ningún valor en este antecedente y si lo tuvo, fue
20 años atrás y no en circunstancias en que se da el consejo en presencia
precisamente, de una reclamación presentada por el gobierno británico. Así
debió pensarlo el propio Mitre porque agrega: “Hoy es tal vez más difícil que
antes producir esta convicción pero es un medio que debe ensayarse antes de darle la solemnidad de un acto
internacional ante el mundo”.
Mitre, pues, perdió una oportunidad
para reiniciar con eficacia la reclamación; mostró indiferencia por conocer
valiosas manifestaciones del Gobierno Inglés; no atribuyó importancia al
archipiélago y hasta consideró que a esta ofensa nacional, la más grande sin
duda por la forma de llevar a cabo el despojo de nuestro patrimonio
territorial, había que tratarlo sin
solemnidad, sin trascendencia mundial ! Y a Don Juan Manuel de Rosas,
porque se presume que quiso negociar (“comerciar” ha dicho el Dr. Ruiz Moreno
[hijo]) las islas para evitar una intervención armada y una guerra inminente
con la poderosa Albion, que ya la había iniciado sin previa declaración como es
práctica entre naciones civilizadas, se le cubre de improperios y se le condena
al silencio de su valiente y nutrida defensa que hizo en ambas reclamaciones.
Luego Mitre se refiere a la
expedición de Américo Vespucio a la que no asigna valor, ni tampoco a la de
Magallanes. Y en cuanto a las afirmaciones francesas, dice: “Los mismos
franceses, de quien derivan nuestros títulos legales a esa parte de las
Malvinas, si bien sostienen la primera posesión –puesta fuera de discusión– no
niegan a los ingleses la prioridad del descubrimiento, y aún del reconocimiento
de las islas. Es este, pues, un punto de apoyo muy débil para constituirlo en
fundamente de la discusión de títulos, tomándose nada menos que como punto de
partida histórico”
Pero, donde deseo detenerme, para
terminar con este documento, es en una cita que Mitre recoge de la protesta
presentada en 1833 por el Ministro Argentino en Londres, y al respecto, dice:
“La cita de la Enciclopedia
Británica, que hace valer como argumento secundario, no es pertinente ni aún
como dato ilustrativo. Esa cita, fue traída a la discusión en el célebre
informe de D. Luis Vernet redactado por el Dr. D. Valentín Alsina y repetido,
oficialmente ampliado en otra forma por el Ministro Argentino en Londres en su
conocida protesta de 1833.” (La aludida cita, reza así: “La confesión de la
Enciclopedia Británica, dice que Puerto Egmont fue abandonado a virtud de un
convenio privado entre el Ministerio y la Corte de España”. Se refiere a la
transacción o declaración de fecha 22 de enero de 1771 firmada entre España e
Inglaterra devolviendo a España Puerto Egmont, en la esta constancia: “El
Príncipe de Masserano declara al mismo tiempo en nombre del Rey, su Señor, que
el compromiso de S.M. Católica de restituir a S.M.B. el puerto y fuerte llamado
Egmont, no puede ni debe en modo alguno afectar la cuestión de derecho anterior
de Soberanía de las islas Malvinas, por otro nombre FALKLAND”. Es a esta
importantísima declaración que alude Mitre.)
“El
Ministro de la Gran Bretaña, Palmerston, al contestar la protesta, si bien
recusó el valor de escritos particulares que el Príncipe de Masserano,
embajador español en Londres, asentó aducidos como prueba, se hizo cargo de la
insinuación que envolvía, a saber; el
abandono de las Malvinas por la Inglaterra en virtud de un acuerdo privado con
la España”. Al respecto dice Mitre; “El Ministro de la Gran Bretaña,
rechazando enérgicamente “la imputación contra su buena fe” según sus palabras,
declaró que después de examinar cuidadosamente la correspondencia con la Corte
de Madrid en la indicada época, nada se había encontrado en ella que
justificase, ni aún por alusión hiciese presumir, la existencia de un tratado o
convenio secreto entre los dos gobierno. Y
abundando en la demostración, exhibió el texto de documentos, que en efecto
persuaden que tal convenio no ha existido”.
“La demostración documentada fue tan
concluyente, dice Mitre, que el mismo Ministro Argentino en Londres no volvió a
insistir sobre el punto en la réplica que dio al Ministro Palmerston (la
recibió Lord Wellington), y se limitó simplemente a pedir restitución de la
Isla del Este (Soledad y Puerto Luis) según apunté antes, no haciendo ya
cuestión formal con motivo de Puerto Egmont, que fue la posesión abandona por
los ingleses de que se trataba en la Enciclopedia y cuyo abandono se atribuía a
convenio privado.”
Y para rematar con esta parte de la
defensa argentina que es el nudo de la cuestión, a la que en el momento actual
dedican sus afanes muchos estudiosos argentinos ilustrados, y como para poner
punto final, dice Mitre:
“Además
de lo inconsistente del argumento no podría renovarse diplomáticamente esa
insinuación, que bien que indirecta, fue
tan enérgicamente rechazada, exhibiendo documentos, que obligan a eliminar esta
cita, que ya ha desaparecido de la discusión diplomática ante pruebas oficiales
que la anonadaron"
Para no ser irreverente prefiero que
los comentarios los haga el propio lector. Y para terminar diré que si hubiera
de cundir el pesimismo de Mitre en esta cuestión que conmueve a todos los
corazones argentinos, debemos lamentar que no haya sido realidad el propósito
atribuido a Rosas de negociar –negociar no es regatear- las Islas Malvinas
porque esa solución hubiera evitado el pago del ruinoso empréstito contraído
por Rivadavia, que al término de su cancelación alcanzó a cerca de 80.000.000
de pesos moneda nacional.
Ahora, al final de cuentas, según lo
que nos dice Mitre, hemos pagado esa enorme suma y sólo tenemos derecho a
reclamar la mitad del archipiélago, que sólo Dios sabe si lo recuperaremos.
Siendo así, la proposición de Rosas,
de haber existido, habría importado una operación financiera brillante, casi
genial, que lejos de vituperio, habría merecido la gratitud del pueblo
argentino, liberado en esa forma de un deuda fabulosa que gravitó pesadamente
sobre sus hombros y que debió cumplir con el sudor de muchos años y a costa de
ingentes sacrificios económicos y de no pocas tribulaciones.
Pero ahora, no desmayemos, y unidos
todos los argentinos tratemos de olvidar falsos y anacrónicos rencores para que
a corto plazo todas la Malvinas vuelvan a ser lo que siempre fueron:
Argentinas!
.
Fuente:
Revista del Instituto
de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas
n° 13, Buenos Aires, Octubre de 1948.
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