Malón de indios (por J. L. Palliére). |
“Se vuelve aquello un infierno
Más feo que la mesma guerra
Entre una nube de tierra
Se hizo una mezcolanza
De potros, indios y lanzas
Con alaridos que aterran.”
JOSÉ HERNÁNDEZ
(“Martín Fierro”)
La frontera del Arroyo Azul,
transcurrió en años de paz y progresivo desenvolvimiento económico durante la
época de Rosas. Las hordas de Catriel el Viejo, Cachul y Cafulcurá, distantes
unas y otras, no impidieron ni perturbaron la estabilidad y el acrecer de las
actividades de sus pobladores. Pactos de amistad y sumisión, concebidos y
llevados a cabo por Rosas, con diestra y
perseverada cautela de gaucho y del perfecto conocimiento de la psicología del
indio, habían mantenido a aquellos tres poderosos caciques en interesada
quietud, mediante regulares y periódicas entrega de ganado, suministros de
heterogénea variedad de mercaderías y atenciones personales –regalos por
bautismos, vacunación antivariólica, caballada escogida, repartición de
tierras, etcétera.
Esos “pacíficos
entendimientos”, o “negocios de indios”, según las expresiones de entonces, en
la documentación oficial y en los asientos de contabilidad de los proveedores y
comerciantes particulares, terminaron enseguida de Caseros. Los primeros
gobiernos que sucedieron a la caída de Rosas, ineptos para tratar un problema
desconocido para ellos, harto preocupados por las luchas intestinas de poderío
político y complicando a los indios en los bandos antagónicos, postergaron a
planos secundarios el problema del indio y lo relativo a la seguridad de las
fronteras interiores. Más aún sin contar con elementos de fuerza suficientes y
disponibles para contener y dominar a los señores de la pampa, se indispusieron
definitivamente como lo expresa esta carta de Catriel de 1874, “…quieren
echarnos de los campos que habitamos ahora y mandarnos a otros parajes, aún sin
habernos comunicado los motivos de esta medida tan triste e importante…”,
cometiendo la imprudencia de desafiar su poderío haciendo tabla rasa de
aquellos pactos solemnemente cumplidos y con creces por Rosas, negándoles las
yeguas, vacunos y mercaderías, ofendiendo a esa inmensa ola humana que estaba
aquietada gracias a los procedimientos escrupulosos de Don Juan Manuel.
Con ello el nuevo
régimen instaurado después de Caseros, dio lugar a una vigorosa coalición de
tribus de los caciques nombrados con la de Yanquetruz, y a la inmediata
consecuencia de una sangrienta invasión que costó millares de vidas, la pérdida
de cuantiosísimos valores, la despoblación de muchas decenas de leguas
cuadradas y el retroceso de la línea de fronteras.
Fácil fue a los
salvajes percibir la debilidad e incoherencia de las defensas que podían
oponerse a sus ataques; fácil también que su instintiva sagacidad, agudizada
por las solicitaciones de elementos militantes en las contiendas y pasiones
políticas de la época, advirtiera las urgencias de lucha en que se debatía el
Estado de Buenos Aires. Sintiéronse entonces más seguros que nunca en su poder
y libres de la férrea y observadas disciplinas a que habían estado sometidos y
consentidas sus insaciables e insaciadas rapacidades, volvieron a significar
una tremenda, continua y acrecida amenaza para las poblaciones de las zonas
exteriores al río Salado. A las tribus próximas se agregaron las de alejadas
regiones y tierras extrañas, y uno tras otro, se sucedieron, los devastadores y
cuentos malones, como lo relata José Hernández en su “Martín Fierro”:
“Se vuelve aquello un infierno
Más feo que la
mesma guerra
Entre una nube
de tierra
Se hizo una
mezcolanza
De potros,
indios y lanzas
Con alaridos
que aterran”.
El clamor de las
víctimas y la cuantía de los despojos, movieron espasmódicamente, pero sin
eficaz trascendencia, la acción oficial.
Se emprendieron
expediciones militares punitivas y de defensa sin adecuada preparación, que
sólo sirvieron para demostrar la impotencia de los gobiernos frente a la
cohesión y a la arrojada audacia del indio. Los combates de Sierra Chica y
Tapalqué fueron dos aniquilantes contrastes. En ellos y otros encuentros habían
fracasado, por insuficiencia de recursos y falta de experiencia de sus
conductores, las mejores tropas de frontera. Agotados transitoriamente todos
los elementos de fuerza se hizo apremiante volver a los procedimientos
conciliatorios, reemprender el camino abandonado y pactar nuevamente con los
caciques y capitanejos.
Fuente:
Revisión n° 10, Buenos Aires, Octubre de 1964, p. 5.
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