domingo, 18 de enero de 2015

JUAN MANUEL DE ROSAS Y EL PROBLEMA DEL INDIO


Malón de indios (por J. L. Palliére).



                               “Se vuelve aquello un infierno
                                Más feo que la mesma guerra                    
                                Entre una nube de tierra
                                Se hizo una mezcolanza
                                De potros, indios y lanzas
                                Con alaridos que aterran.”
                                JOSÉ HERNÁNDEZ
                                (“Martín  Fierro”)

La frontera del Arroyo Azul, transcurrió en años de paz y progresivo desenvolvimiento económico durante la época de Rosas. Las hordas de Catriel el Viejo, Cachul y Cafulcurá, distantes unas y otras, no impidieron ni perturbaron la estabilidad y el acrecer de las actividades de sus pobladores. Pactos de amistad y sumisión, concebidos y llevados a cabo por Rosas, con diestra  y perseverada cautela de gaucho y del perfecto conocimiento de la psicología del indio, habían mantenido a aquellos tres poderosos caciques en interesada quietud, mediante regulares y periódicas entrega de ganado, suministros de heterogénea variedad de mercaderías y atenciones personales –regalos por bautismos, vacunación antivariólica, caballada escogida, repartición de tierras, etcétera.
Esos “pacíficos entendimientos”, o “negocios de indios”, según las expresiones de entonces, en la documentación oficial y en los asientos de contabilidad de los proveedores y comerciantes particulares, terminaron enseguida de Caseros. Los primeros gobiernos que sucedieron a la caída de Rosas, ineptos para tratar un problema desconocido para ellos, harto preocupados por las luchas intestinas de poderío político y complicando a los indios en los bandos antagónicos, postergaron a planos secundarios el problema del indio y lo relativo a la seguridad de las fronteras interiores. Más aún sin contar con elementos de fuerza suficientes y disponibles para contener y dominar a los señores de la pampa, se indispusieron definitivamente como lo expresa esta carta de Catriel de 1874, “…quieren echarnos de los campos que habitamos ahora y mandarnos a otros parajes, aún sin habernos comunicado los motivos de esta medida tan triste e importante…”, cometiendo la imprudencia de desafiar su poderío haciendo tabla rasa de aquellos pactos solemnemente cumplidos y con creces por Rosas, negándoles las yeguas, vacunos y mercaderías, ofendiendo a esa inmensa ola humana que estaba aquietada gracias a los procedimientos escrupulosos de Don Juan Manuel.
Con ello el nuevo régimen instaurado después de Caseros, dio lugar a una vigorosa coalición de tribus de los caciques nombrados con la de Yanquetruz, y a la inmediata consecuencia de una sangrienta invasión que costó millares de vidas, la pérdida de cuantiosísimos valores, la despoblación de muchas decenas de leguas cuadradas y el retroceso de la línea de fronteras.
Fácil fue a los salvajes percibir la debilidad e incoherencia de las defensas que podían oponerse a sus ataques; fácil también que su instintiva sagacidad, agudizada por las solicitaciones de elementos militantes en las contiendas y pasiones políticas de la época, advirtiera las urgencias de lucha en que se debatía el Estado de Buenos Aires. Sintiéronse entonces más seguros que nunca en su poder y libres de la férrea y observadas disciplinas a que habían estado sometidos y consentidas sus insaciables e insaciadas rapacidades, volvieron a significar una tremenda, continua y acrecida amenaza para las poblaciones de las zonas exteriores al río Salado. A las tribus próximas se agregaron las de alejadas regiones y tierras extrañas, y uno tras otro, se sucedieron, los devastadores y cuentos malones, como lo relata José Hernández en su “Martín Fierro”:

                                “Se vuelve aquello un infierno
                                 Más feo que la mesma guerra
                                 Entre una nube de tierra
                                 Se hizo una mezcolanza
                                 De potros, indios y lanzas
                                 Con alaridos que aterran”.

El clamor de las víctimas y la cuantía de los despojos, movieron espasmódicamente, pero sin eficaz trascendencia, la acción oficial.
Se emprendieron expediciones militares punitivas y de defensa sin adecuada preparación, que sólo sirvieron para demostrar la impotencia de los gobiernos frente a la cohesión y a la arrojada audacia del indio. Los combates de Sierra Chica y Tapalqué fueron dos aniquilantes contrastes. En ellos y otros encuentros habían fracasado, por insuficiencia de recursos y falta de experiencia de sus conductores, las mejores tropas de frontera. Agotados transitoriamente todos los elementos de fuerza se hizo apremiante volver a los procedimientos conciliatorios, reemprender el camino abandonado y pactar nuevamente con los caciques y capitanejos.     


Fuente:

Revisión n° 10, Buenos Aires, Octubre de 1964, p. 5.         


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