domingo, 7 de diciembre de 2014

JUAN MANUEL DE ROSAS: EL GOBERNANTE FUERTE QUE QUERIA EL GRAL. SAN MARTÍN



La capital de Buenos Aires (por William Gore Ouseley).




“… que un brazo vigoroso salve a la Patria de los males que la amenazan” (Carta de San Martín a Guido).


José de San Martín.

ABRIL DE 1829 

San Martín está en Montevideo dispuesto a regresar a Europa, desengañado de las cosas de su tierra. Había llegado en febrero a la rada de Buenos Aires, y no quiso desembarcar por la revolución unitaria de diciembre del año anterior. No simpatizaba con los unitarios, no obstante que muchos de ellos habían combatido a sus órdenes; no era federal tampoco; no era de ningún partido, solamente de la patria. Pero había sido agraviado por los unitarios que lo obligaron en 1824 a irse a Europa y lo zahirieron sin consideración a su regreso en febrero de 1829. Por eso quiere volver a Europa.
En ese mes de abril de 1829 los unitarios, ven perdida su revolución –Lavalle ha fracasado en su campaña contra Santa Fe, Rauch ha perdido la batalla y la vida en Vizcacheras, Estanislao López se acerca a Buenos Aires y no tardarán sus montoneros en derrotar a los veteranos de Ituzaingó-,  se acuerdan de que San Martín está en Montevideo. El podría salvarlos de las graves responsabilidades de su revolución; del fusilamiento de Dorrego en Navarro, de la matanza de Cabello y de Mesa, de toda la política de terror con la cual quisieron afianzar su golpe político. Saben que los federales tienen un gran respeto por el general de los Andes. ¿Si San Martín aceptara el gobierno como prenda de unión entre federales y unitarios y corriera un amplio velo sobre todas las cosas sucedidas desde el 1° de diciembre?
Lavalle, a quien le quema la Jefatura de la revolución en las manos, envía a Trolé y a Gelly a  ofrecer el gobierno a San Martín. También lo han hecho los federales. Pero San Martín se niega reiterada y obstinadamente. Cree que la situación es extrema, y quien tome el gobierno deberá proceder con rigor “sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de los partidos”, como dice en su carta a O’Higgins. Los eliminados tendrían que ser los unitarios porque a “Ud. le consta los inmensos males que estos hombres han hecho no sólo a este país, sino al resto de América con su infernal conducta”. Pero él ha sido perseguido por los unitarios y podría atribuirse a despecho si así lo hiciera: “hay que enseñarles la diferencia que hay entre un hombre de honor y un malvado”.

LA CALUMNIA

En otra carta dirigida a Guido, San Martín es más explícito. Considera absolutamente necesario “que un brazo vigoroso salve a la Patria de los males que la amenazan”, pero no quiere ser ese brazo vigoroso: “No faltará quien diga que la Patria tiene derecho a exigir de sus hijos todo género de sacrificios, pero tiene sus límites: a ella se le debe sacrificar la vida e intereses, pero no el horror”. Y San Martín ya ha sufrido múltiples ingratitudes de los pueblos que ha libertado y hasta de sus propios connacionales, para afrontar la campaña de terribles calumnias que necesariamente caerán sobre el  brazo vigoroso. Ya ha dado a la patria mucho, y no cree que se le pueda exigir más. Y el valiente entre los valientes teme esas calumnias que sabe lo seguirán  hasta más allá de la tumba. Es capaz de dar la existencia por la Patria, es capaz de dar su modesto patrimonio, pero no quiere entregar su honor a los calumniadores. “Yo estoy y he estado en la firme persuasión de que toda la gratitud que se puede exigir de los pueblos en evolución, es el que no sean ingratos: pero no hay filosofía capaz de mirar con indiferencia la calumnia”.
Por eso no acepta y se embarca para Europa, de donde ya no volverá más. Que otro salve a la Patria afrontando las calumnias “un salvador que reuniendo el prestigio de la victoria, la opinión del resto de las provincias y más que nada un brazo vigoroso”, realice un “gobierno riguroso, en una palabra militar”.

EL BRAZO VIGOROSO

En diciembre de ese mismo año, Juan Manuel de Rosas es elegido gobernador de Buenos Aires con facultades extraordinarias. No comparte la opinión de San Martín sobre la imprescindible necesidad de eliminar al partido unitario. Rosas no es un político, sino un hombre de actividades privadas con gran prestigio y mucho crédito, pero el destino lo ha arrastrado junto a Dorrego en el motín de 1828. No tiene la experiencia de San Martín e ingenuamente cree en un avenimiento entre las dos fuerzas enemigas. Pacta con Lavalle en Cañuelas “una paz definitiva”, sin vencedores ni vencidos, pero tanto él como Lavalle acaban engañados por los unitarios civiles, que aprovechan la paz para imponerse con una elección fraguada en las logias. Lavalle desengañado de los suyos entrega en Barracas (con anuencia de Rosas) el gobierno a Viamonte. Este convoca a la Junta de Representantes y Rosas queda elegido Gobernador por unanimidad.
El momento es difícil. El general Paz se encuentra triunfante en Córdoba y sus divisiones ya se han desbordado por varias provincias. Rosas sigue creyendo ingenuamente en una “paz definitiva” con los unitarios. Gobierna con ministros de simpatías unitarias: los mismos que tuvo Viamonte, que a su vez mantuvo el gabinete de Lavalle. Únicamente Escalada no ha querido continuar en la cartera de guerra, y en su reemplazo va Balcarce, un veterano de la Independencia.
Rosas busca la unión de federales y unitarios. Cerca del general Paz están los comisionados de Buenos Aires, que ofrecen reconocerlo como gobernador de Córdoba siempre que se avenga a la conciliación de todos los argentinos. Aparentemente los unitarios están contentos con Rosas y lo halagan en sus periódicos. Pero bajo cuerda están entendiéndose con Rivera en la República Oriental y tratan de hacerlo con Ferré en Corrientes, a fin de reiniciar la revolución con un golpe que tome desprevenidos a los federales. Paz aprovecha a los comisionados de Buenos Aires para engañar a Quiroga y derrotarlo completamente en los campos de Oncativo.

SAN MARTÍN Y ROSAS
Entonces comenzó a comprender Rosas la gran verdad de San Martín. Era imposible una concordia de buena fe, era inevitable que un partido predominase sobre el contrario. Concertó el Pacto Federal de 1831 entre las provincias litorales, pero quiso extender por última vez la mano amistosa a Paz. Este, dueño por la fuerza de nueve provincias y apoyado por el presidente de Bolivia, Santa Cruz, prefirió la guerra. Poco después caía prisionero, y el ejército unitario quedaba vencido en la Ciudadela de Tucumán.
Con la guerra renuncia el ministro unitario Manuel José García, de larga tradición partidaria. Una tras otra se cumplen las predicciones de San Martín. Poco a poco se va tornando en “riguroso, en una palabra: militar” el gobierno de Buenos Aires. Es un destino que Rosas no ha buscado, pero que patrióticamente acata. Tal vez porque todavía no ha sufrido la calumnia, no la teme y afronta la salvación de la Argentina de la única manera que la vio el Libertador, “reuniendo el prestigio de la victoria, la opinión de las provincias y más que nada un brazo vigoroso”.


Fuente:

Revisión n° 8, Buenos Aires, Agosto de 1964.

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