La capital de Buenos Aires (por William Gore Ouseley). |
“… que un brazo vigoroso salve a la Patria de los males que la amenazan” (Carta de San Martín a Guido).
José de San Martín. |
ABRIL DE 1829
San Martín está en Montevideo dispuesto a regresar a Europa, desengañado de las cosas de su tierra. Había llegado en febrero a la rada de Buenos Aires, y no quiso desembarcar por la revolución unitaria de diciembre del año anterior. No simpatizaba con los unitarios, no obstante que muchos de ellos habían combatido a sus órdenes; no era federal tampoco; no era de ningún partido, solamente de la patria. Pero había sido agraviado por los unitarios que lo obligaron en1824 a irse a Europa y lo
zahirieron sin consideración a su regreso en febrero de 1829. Por eso quiere
volver a Europa.
San Martín está en Montevideo dispuesto a regresar a Europa, desengañado de las cosas de su tierra. Había llegado en febrero a la rada de Buenos Aires, y no quiso desembarcar por la revolución unitaria de diciembre del año anterior. No simpatizaba con los unitarios, no obstante que muchos de ellos habían combatido a sus órdenes; no era federal tampoco; no era de ningún partido, solamente de la patria. Pero había sido agraviado por los unitarios que lo obligaron en
En ese mes de
abril de 1829 los unitarios, ven perdida su revolución –Lavalle ha fracasado en
su campaña contra Santa Fe, Rauch ha perdido la batalla y la vida en
Vizcacheras, Estanislao López se acerca a Buenos Aires y no tardarán sus
montoneros en derrotar a los veteranos de Ituzaingó-, se acuerdan de que San Martín está en
Montevideo. El podría salvarlos de las graves responsabilidades de su
revolución; del fusilamiento de Dorrego en Navarro, de la matanza de Cabello y
de Mesa, de toda la política de terror con la cual quisieron afianzar su golpe
político. Saben que los federales tienen un gran respeto por el general de los
Andes. ¿Si San Martín aceptara el gobierno como prenda de unión entre federales
y unitarios y corriera un amplio velo sobre todas las cosas sucedidas desde el
1° de diciembre?
Lavalle, a quien
le quema la Jefatura
de la revolución en las manos, envía a Trolé y a Gelly a ofrecer el gobierno a San Martín. También lo
han hecho los federales. Pero San Martín se niega reiterada y obstinadamente.
Cree que la situación es extrema, y quien tome el gobierno deberá proceder con
rigor “sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de los partidos”,
como dice en su carta a O’Higgins. Los eliminados tendrían que ser los
unitarios porque a “Ud. le consta los inmensos males que estos hombres han
hecho no sólo a este país, sino al resto de América con su infernal conducta”.
Pero él ha sido perseguido por los unitarios y podría atribuirse a despecho si
así lo hiciera: “hay que enseñarles la diferencia que hay entre un hombre de
honor y un malvado”.
Por eso no acepta
y se embarca para Europa, de donde ya no volverá más. Que otro salve a la Patria afrontando las
calumnias “un salvador que reuniendo el prestigio de la victoria, la opinión
del resto de las provincias y más que nada un brazo vigoroso”, realice un
“gobierno riguroso, en una palabra militar”.
EL BRAZO VIGOROSO
En diciembre de ese mismo año, Juan Manuel de Rosas es elegido gobernador de Buenos Aires con facultades extraordinarias. No comparte la opinión de San Martín sobre la imprescindible necesidad de eliminar al partido unitario. Rosas no es un político, sino un hombre de actividades privadas con gran prestigio y mucho crédito, pero el destino lo ha arrastrado junto a Dorrego en el motín de 1828. No tiene la experiencia de San Martín e ingenuamente cree en un avenimiento entre las dos fuerzas enemigas. Pacta con Lavalle en Cañuelas “una paz definitiva”, sin vencedores ni vencidos, pero tanto él como Lavalle acaban engañados por los unitarios civiles, que aprovechan la paz para imponerse con una elección fraguada en las logias. Lavalle desengañado de los suyos entrega en Barracas (con anuencia de Rosas) el gobierno a Viamonte. Este convoca a
El momento es
difícil. El general Paz se encuentra triunfante en Córdoba y sus divisiones ya
se han desbordado por varias provincias. Rosas sigue creyendo ingenuamente en
una “paz definitiva” con los unitarios. Gobierna con ministros de simpatías
unitarias: los mismos que tuvo Viamonte, que a su vez mantuvo el gabinete de
Lavalle. Únicamente Escalada no ha querido continuar en la cartera de guerra, y
en su reemplazo va Balcarce, un veterano de la Independencia.
Rosas busca la
unión de federales y unitarios. Cerca del general Paz están los comisionados de
Buenos Aires, que ofrecen reconocerlo como gobernador de Córdoba siempre que se
avenga a la conciliación de todos los argentinos. Aparentemente los unitarios
están contentos con Rosas y lo halagan en sus periódicos. Pero bajo cuerda
están entendiéndose con Rivera en la República Oriental
y tratan de hacerlo con Ferré en Corrientes, a fin de reiniciar la revolución
con un golpe que tome desprevenidos a los federales. Paz aprovecha a los
comisionados de Buenos Aires para engañar a Quiroga y derrotarlo completamente
en los campos de Oncativo.
SAN MARTÍN Y ROSAS
Entonces comenzó a comprender Rosas la gran verdad de San Martín. Era
imposible una concordia de buena fe, era inevitable que un partido predominase
sobre el contrario. Concertó el Pacto Federal de 1831 entre las provincias
litorales, pero quiso extender por última vez la mano amistosa a Paz. Este,
dueño por la fuerza de nueve provincias y apoyado por el presidente de Bolivia,
Santa Cruz, prefirió la guerra. Poco después caía prisionero, y el ejército
unitario quedaba vencido en la
Ciudadela de Tucumán.
Con la guerra
renuncia el ministro unitario Manuel José García, de larga tradición
partidaria. Una tras otra se cumplen las predicciones de San Martín. Poco a
poco se va tornando en “riguroso, en una palabra: militar” el gobierno de
Buenos Aires. Es un destino que Rosas no ha buscado, pero que patrióticamente
acata. Tal vez porque todavía no ha sufrido la calumnia, no la teme y
afronta la salvación de la
Argentina de la única manera que la vio el Libertador,
“reuniendo el prestigio de la victoria, la opinión de las provincias y más que
nada un brazo vigoroso”.
Fuente:
Revisión n° 8, Buenos Aires, Agosto de 1964.
Revisión n° 8, Buenos Aires, Agosto de 1964.
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