Juan Bautista Alberdi. |
Por Ramón Doll*
Una síntesis del
tema debe dividirse, en la faz doctrinaria y la faz práctica. La
filiación y calificación ideológica de los publicistas unitarios o
“proscriptos”; y la realización política o falsificación -mejor dicho- que
llevaron a cabo los triunfadores de Caseros.
En cuanto a
aquella filiación doctrinaria, después de la exposición que Coriolano Alberini
iniciara en 1834 sobre la metafísica de Alberdi, (Archivos de la Universidad año
citado), poco queda por decir.
La verdad es que
todos, o casi todos los publicistas de la llamada emigración sufrieron de una
incapacidad orgánica para filosofar por su cuenta y la mayoría no filosofó
nunca. Parece característica de la
América hispana, esa chatura, ese agnosticismo proclive al
ateísmo, pero no como resultado de un esfuerzo de superación, sino por algo así
como una mutilación de los centros vitales destinados a inquietarse por todo lo
que se encuentre de “tejas arriba” y salga del pedestre positivismo sin vuelo
que, efectivamente como lo ha dicho hace poco un escritor liberal, sigue
presidiendo la vida intelectual argentina.
No obstante había
diferencias entre algunos escritores de la generación del 53 y otras
“autoridades” como Mitre, Sarmiento, etc., absolutamente ayunos de angustia
religiosa o filosófica.
Alberdi, por
ejemplo, el mismo Echeverría, habían comprendido más o menos bien el gran
debate europeo entre el romanticismo herderiano en que se apoya la reacción
anti-nacionalista y anti-iluminista, contra las exageraciones de la Enciclopedia y de la Revolución Francesa.
Alberini hace un análisis inteligente y que no ha sido mejorado, escapando a la
profusa literatura de Ricardo Rojas, donde todo amago de poner las cosas en su
lugar, es frenado desde el otro mundo, por la severa censura mental que impuso
Mitre a cualquier heterodoxia, o debilidad con el partido federal.
Alberdi, más que
en las Bases, en su “Fragmento preliminar al estudio del Derecho”,
que contiene un reconocimiento del rosismo como hecho histórico, aparece como
sub-discípulo de Savigny por intermedio de un mediocre divulgador, (Lerminier),
al decir de Groussac, quien no le ahorra críticas a Alberdi por esa propensión argentina
de entusiasmarse por grandes maestros universales, sin haberlos leído en sus
fuentes y conocerlos por los vulgarizadores franceses.
Y a la francesa
también, toma de los tópicos y divisas del racionalismo del siglo, la idea del desarrollo
del progreso condorcetiano, de la ilustración, lo que
conviene a la idiosincrasia argentina y toma también de la reacción romántica
contra la evolución, el reconocimiento del devenir de las realidades nacionales
que informa al historicismo, a la escuela histórica de Savigny. Vuelvo a
decir que Alberini ha expuesto estas síntesis con su singular preparación
conocida.
Por ello, Alberdi
tituló sus famosas Bases así: “Bases y puntos de partida para la
organización política de la República Argentina , derivadas de la ley que
preside el desarrollo de la civilización en la América del Sud y del
tratado del Litoral de 1831” .
Véanse las dos
aguas que expuso en el “Fragmento preliminar”. 1° “La ley que preside
el desarrollo de la civilización en la América latina” –vale decir el progreso
indefinido, esa idea “marotte” del siglo XIX, con partipris
anti-religioso; progreso indefinido” (hoy repetimos “desarrollo” como Alberdi),
progresismo, que se estrelló como una pompa de jabón cuando la “civilizada”
Europa se encuentra con la primera guerra exterminadora, demostrando que todo
eso de “progreso” y “desarrollo” es una de las tantas ilusiones del hombre que
necesita invocarlas para hacer todo el daño que puede. Digamos que el
transcripto título de “Bases” ha sido mutilado; el mismo Alberdi parece que lo
modificó, sobre todo lo que no se menta casi nunca es que Alberdi reconoce en
la otra parte del mismo la cesión al historicismo, al hecho nacional, el
antecedente vernáculo rosista, es decir el Tratado del Litoral de 1831,
fundamentación firme, auténtica y generadora de la unidad nacional. Y
esta es la 2da. faz de esa integración a que venimos refiriéndonos.
¿Y por qué se silenció, o se calló
a sabiendas lo del Tratado del Litoral en el título a pesar de que “Bases” se
encarga de recordarlo en el texto?
Porque era
necesario que en la llamada organización nacional no se le acordara nada a
Rosas, ni se le mencionara siquiera, para que en lo sucesivo nadie osara actuar
en política en nombre del rosismo, agitando el rosismo ante las grandes masas
populares. Era necesario precaverse contra la posibilidad de partidos políticos
legitimistas, anticonstitucionalistas, antiliberales y sobre todo
antitradicionalistas.
El mismo
Avellaneda que no fue precisamente un sectario anti-rosista, a pesar de que
pudo serlo y que entre otros conceptos
podemos decir que en rigor ha sido el único Presidente de la República que ha estado
menos lejos de la verdad, el mismo Avellaneda declaraba cierta vez: “En
cuanto a la política interna, profeso las máximas siguientes, y subordinando a
ellas mi conducta. Reputo única, legítima la tradición de los partidos
liberales que lucharon contra Rosas, derrocaron su tiranía, suprimieron la
arbitrariedad en el Gobierno y fundaron el régimen constitucional,
reconstruyendo la unidad nacional”.
Si recordamos que
Mitre, autor de muchas frases que hicieron época, dijo en una Convención
constituyente, que antes de la
Constitución del 53 no había habido derecho público
en la Argentina ,
ya tendríamos con todo lo expuesto, elementos para apercibirnos de cómo ha sido
interpretada la historia nacional por los liberales. Vale decir que no ha
habido país, no ha habido argentinos, sino sub-argentinos, no ha habido
tradición, no ha habido acontecer histórico sino simplemente realidad biológica
o zoológica, no ha habido nada digno de jerarquías históricas, antes de
Caseros. Era el caos, era la cabila, la mera crónica de lo vegetativo.
Y esta es la
versión política de aquellas proposiciones teóricas, versión llevada a la
práctica por el régimen que subsiste hasta ahora desde Caseros, con eclipses en
que desgraciadamente poco pudo hacerse o mejor dicho, mucho pudo hacerse, pero
no se quiso hacer.
Y bien, mientras
la revisión histórica no se haga carne en entidades de vigencia política que
sean capaces de romper ese cerco en que como se ha visto hasta Avellaneda
admitió como necesario mientras no se adquiera el poder con las consignas de
revisionismo al tope, al frente, declaradamente promisorio de consignas
anti-caseristas, todo irá a parar al actual osario político liberal.
* Revisión
n° 5, Buenos Aires, Enero 1960.
No hay comentarios:
Publicar un comentario