Bernardino Rivadavia.
Por Ignacio Zubizarreta
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En el año
1810, Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata, se sublevó al
dominio español, aunque inicialmente de un modo solapado, pues manteniendo
fidelidad al rey Fernando VII –aún en cautiverio– el grupo de criollos que
tenía el control del Cabildo optó por destituir al virrey Cisneros y crear un
gobierno autónomo. Ese osado paso, meramente local, fue luego denominado como
Revolución de Mayo. Desde este momento inicial de auto–gobierno, dos tendencias
comenzaron a diferenciarse: una proclive a permitir una participación activa de
los pueblos del interior; y otra, que aún añoraba el rol dominante que había
tenido como vieja capital virreinal, pretendía dominar desde Buenos Aires, y sin
disputa, el nuevo escenario político que asomaba. Las primeras facciones
políticas en el área rioplatense fueron conocidas como “morenistas” y
“saavedristas”. La primera, porteñocéntrica, seguía al abogado Mariano Moreno,
de tendencia jacobina; la segunda, más tolerante con el interior, al presidente
de la Primera Junta y líder militar Cornelio Saavedra; ambas fueron efímeras,
extremadamente personalistas y jamás revistieron la envergadura que tendrían
las agrupaciones políticas posteriores.
Los
primeros diez años luego de la Revolución de Mayo dejaron como corolario la
caída de los dos proyectos políticos más ambiciosos de la región rioplatense:
el Directorio, centralista y con sede en Buenos Aires pero con apoyo en algunos
pueblos del interior; y su antagonista la Liga de los Pueblos Libres, de mayor
influencia en la región del Litoral y liderada por el oriental José Gervasio
Artigas, de clara propensión federalista. Las guerras que enfrentaron a ambas
tendencias –más otras cuestiones que alargarían demasiado el relato– los
debilitarían al punto de llevarlos a su desaparición.1 A
partir de 1820 los distintos pueblos que antes constituyeron el Virreinato del
Río de la Plata, y la mayoría de los que también participaron de las fugaces
Provincias Unidas, quedaron en plena autonomía de sus funciones
político–administrativas, cada uno de ellos regido por un gobernador. Buenos
Aires había proclamado a la cabeza de su gobierno al militar y hacendado Martín
Rodríguez, quien en 1821 nombró como ministro de Gobierno a Bernardino
Rivadavia, un liberal y admirador de la cultura europea que comenzó una
profunda serie de reformas administrativas con el fin de modernizar la
reciente estructura estatal, despojándola de sus resabios coloniales. Se
agruparon bajo su égida un grupo de entusiastas que gradualmente comenzó a
constituir la base de la posterior facción unitaria. La historiografía los
tildaría bajo el apelativo de “grupo rivadaviano” o “Partido del Orden”; aunque
en el contexto de la época se los denominó “Partido Ministerial” debido al
peso político que guardaban los ministros, Rivadavia principalmente. Este grupo
humano, a través de las conexiones interpersonales que labró por medio de un
Congreso Constituyente (1824–1827) promovido en colaboración con ciertas
provincias, compuso lo que por ese entonces comenzó a ser designado como
partido unitario. Los que habían actuado en la oposición política durante todos
estos años fueron a su vez conocidos como federales.
En 1826,
y bajo circunstancias bien especiales, Rivadavia fue nombrado presidente de la
“Nación Arjentina” por el susodicho Congreso Constituyente. El fracaso de su
gestión gubernamental y la poca simpatía de la que gozó en las provincias –sumado
al rechazo de la promulgada constitución centralista– provocaron su pronta
renuncia, lo que facilitó el acceso al poder de los federales, no sólo en
Buenos Aires, sino en varios otros puntos. Por este tiempo, las disputas entre
ambas facciones llevaron a una cruenta guerra civil (1826–1831), en la que los
opositores a Rivadavia fueron quienes lograron mejor suerte. En 1829 el
conocido hacendado federal Juan Manuel de Rosas comenzaría su primer gobierno
en la Provincia de Buenos Aires luego de vencer al general unitario Juan
Lavalle quien previamente había tomado el poder a expensas del federal Manuel
Dorrego, al que había vencido y fusilado a fines de 1828. Lavalle gobernó la
provincia por poco tiempo, pero en ese lapso la guerra civil entre unitarios y
federales se hizo muy intensa. Rosas, una vez en el gobierno, se serviría
discursivamente de la supuesta peligrosidad de sus antagonistas, los unitarios,
para hacerse de un excesivo control del poder. El clima de guerra y la presión
que vivían ambas facciones llevaron a buena parte de la derrotada agrupación al
camino del exilio. Desde el exterior, por casi 20 años promoverían todo tipo de
actividades conspirativas para derrocar a Rosas, quien más allá de que nunca
gozó de mayor autoridad formal que la de gobernador de Buenos Aires –y
encargado de las relaciones exteriores de la Confederación–, logró domeñar
gradual e informalmente a casi todo el país.
En 1829
la facción unitaria –con su líder Juan Lavalle a la cabeza- fue derrotada por
los federales, liderados, como se dijo, por Juan Manuel de Rosas. Los
integrantes del primer movimiento político partieron, en su mayoría, al
recientemente creado estado uruguayo, desde donde comenzaron a tramar
estrategias para recuperar el influjo perdido. Empero, ninguna expedición
unitaria organizada desde el exterior podía laurearse de éxito sin el apoyo
fundamental de quienes residían aquende el Plata y contaban con los medios
suficientes para auxiliarlos. Es por este motivo que en 1831 Rosas, en tanto
gobernador de la provincia de Buenos Aires, ordenó a los jueces de Paz de la
campaña bonaerense hacer un relevamiento detallando origen, fortuna, profesión,
pero sobre todo filiación política de sus habitantes.2 Los
resultados de la “Comisión clasificadora de unitarios y federales”, como se
conoció tal iniciativa, constituyeron la base para elaborar el presente estudio
a través del cual intentaremos reconstruir la actividad de los opositores del
régimen rosista en el interior del territorio bonaerense. Si bien los
parámetros de clasificación utilizados en una lista de tal trascendencia
política, confeccionada a su vez por actores que eran sumamente parciales,
puede abrir serios interrogantes, en un cuidadoso estudio sobre las mismas
fuentes el historiador Jorge Gelman asegura que existen motivos para desconfiar
de las calificaciones que los federales elaboraron sobre sí mismos –exceso de
halagos y recomendaciones ante el gobernador–, pero que las efectuadas sobre los
unitarios fueron más confiables.3 Además,
el análisis de las experiencias que se recogen de las fuentes que nos servirán
de base para nuestro artículo debe ser muy cuidadoso no sólo por la manifiesta
intencionalidad política, sino también por la visión parcial y fragmentada que
arroja sobre la pasada década de 1820 dicha clasificación. Desde motivos tan
vagos como no apoyar formalmente a la Federación, hasta otros algo más
tangibles como en el caso de Juan Rafael Oromi, vecino de Exaltación de la
Cruz, quien cuando debía aportar caballos al ejército federal, escondió
los gordos y presentó los inútiles, a través de las listas recién citadas
se puede ir reconstruyendo una cadena de actitudes, acuerdos y vínculos entre
los vecinos de la campaña, que nos irá lentamente remontando hasta las esferas
dirigentes de la facción unitaria.
A través del examen de un entramado de redes y
lealtades, intentaremos analizar cómo se fueron tejiendo esas relaciones, en
las que participaron notables de pueblo, antiguos alcaldes, jueces de paz, o
grandes estancieros, que actuaron de nexo entre la cúpula unitaria y las
poblaciones rurales. Existe una visión generalizada acerca de que la campaña
fue un lugar de exclusivo dominio rosista. Sin embargo, algunos trabajos más
recientes han ido en contra de esa generalidad y nos servirán como referencia
bibliográfica en esta sección, buscando alinear nuestra posición en la continuidad
de esa brecha historiográfica. Comenzaremos por confeccionar un panorama
general de la campaña bonaerense en el momento preciso en que transcurrieron
los actos que analizaremos. Eso significa que el análisis queda supeditado
temporalmente a lo que surge de las fuentes –y haciendo hincapié en la actuación
de los habitantes de la campaña considerados “unitarios”–, desde el gobierno de
Rivadavia hasta el primer mandato de Rosas. Luego nos introduciremos en la
colaboración estratégica y material de aquellos habitantes rurales a la facción
centralista, para pasar al análisis de la guerra de opinión política. Hacia el
final, y previo a la conclusión, nos detendremos en algunas observaciones
acerca de los vínculos que se desarrollaron entre los notables, los líderes
intermedios y los pobladores de una campaña bonaerense que se transformaría,
durante y a partir de la década de 1820, en un actor político ineludible.
La
campaña bonaerense ha sido centro de diversos estudios que han pretendido
analizarla desde distintos aspectos. Si en tiempos coloniales las mayores
riquezas de Buenos Aires se debían al comercio y la exportación de los
productos mineros extraídos del Alto Perú, fue a partir de la emancipación de
España que la campaña se transformó velozmente en la principal fuente de
recursos económicos de la capital.4 El
desarrollo de esta área también colaboró –además de su puerto– a que Buenos
Aires pudiese ser la provincia de mayor poderío entre sus pares, pero además
apuntaló un desarrollo económico que posicionaría a la Argentina entre las
naciones más ricas del mundo hacia fines del siglo XIX y principios del XX.
Méritos como estos, que no podrían pasarse fácilmente desapercibidos, llevaron
a que la historia del ámbito rural pampeano haya sido cuidadosamente estudiada.
Debe reconocerse que la mayor parte de esos trabajos se han abocado a entender
la campaña como una fabulosa fuente de riquezas. Bajo estos aspectos, las
temáticas más analizadas por la prolífica historiografía económica se
concentraron en la producción pecuaria, el comercio internacional, el capital,
la mano de obra y los diversos accesos a la tenencia de la tierra. A pesar de
que existen trabajos más recientes que han demostrado que la
vida asociativa y la sociabilidad rural fueron más dinámicas y fluidas de
lo que se pensaba5, que los sectores subalternos gozaron
de una identidad y participación digna de relato6,
y que el estudio de las fronteras agrarias ha incorporado los testimonios de
los pueblos indígenas7, se podría asegurar que para el
período que nos encontramos explorando existe escasa literatura sobre la
politización de una región que, sin embargo, siempre aportó su significativa
cuota de colaboración –en recursos económicos pero también en hombres de armas–
al soporte de las principales facciones en pugna.8 ¿Fue,
acaso, la campaña, una mera extensión en materia política de los sucesos que
se desarrollaban en la ciudad? Probablemente no, y sin embargo, poco sabemos
del comportamiento de sus habitantes en esta asignatura.
¿En qué
estado se hallaba la campaña durante la década de 1820? Dicho período nos
remite al auge de los hacendados, es decir, de los grandes propietarios que usufructuaban
la tierra de forma extensiva en la faena de ganado bovino. Este último,
mejorado progresivamente en términos de raza, servía a distintos propósitos: se
suministraba carne a la ciudad, pero también, el aprovechamiento de las
distintas partes del animal propiciaba la exportación de cueros, sebo y carne
salada o tasajo (procesada en los celebres saladeros y vendida principalmente a
los países esclavistas como Cuba o Brasil).9 Las
estancias –administradas por sus propietarios, los hacendados– eran por lo
general establecimientos agropecuarios de enormes extensiones, de límites a
veces inciertos, y que concentraban la mayor parte de su riqueza ganadera en
las zonas de aguadas y ríos. Las pasturas eran naturales pues el cultivo de
forrajes no se encontraba difundido aún. El éxito del sistema ganadero fue
facilitado por haberse podido adaptar mejor al mal mayúsculo que aquejaba al
país, la falta de mano de obra. A pesar de los constantes relatos que
reflejaban una desamparada Pampa, el poblamiento de la campaña fue pronunciado,
constante, y siempre de la mano con la expansión de la frontera hacia el sur y el
oeste.10
Sobre la
temática más puntual que analizaremos, existen pocos trabajos recientes con los
cuales poder cotejar, sin embargo, resultan de inestimable valor para comprender
la coyuntura.11 En el inicio de este apartado
habíamos referido, para ejemplificar un concepto, a la “mala” conducta de un
unitario en tiempos del régimen rosista al esconder los caballos gordos y
presentar los inútiles. Por banal que a simple vista pueda resultarnos el
ejemplo, muy por el contrario, existen miles de referencias y memorias de época
que resaltan a los caballos –o caballadas– como el elemento más valioso con el
que contaba un ejército. No por casualidad, la mayor cantidad de
recriminaciones que se descubren en los informes se relacionan directamente con
el preciado equino. Los ejemplos de las denuncias se repiten al por mayor:
“juntar”, “prestar” o “auxiliar” con tropillas de caballos al ejército
unitario, sean propios o de vecinos (inclusive, a veces, exigidos por medio de
la violencia), presentar malas cabalgaduras –o directamente negarlas– cuando el
ejército federal lo solicitaba, etc.
Una de
las frecuentes acusaciones de que se servían los informes para descalificar a
un unitario consistía en tildarlo de “bombero”, o de “bombear”. Eso significaba
infiltrarse en las tropas enemigas actuando como si se fuese parte de ellas,
para obtener información y brindársela a la verdadera facción de pertenencia.
Otra inculpación citada en las fuentes, y asociada con la anterior, estribaba
en, como se verifica en el caso de Ventura Pérez, originario de Pergamino,
mandarbomberos a observar el ejército federal.12 El
riesgo era enorme cuando el “bombero” no era de toda confianza. Pérez depositó
la misión en Gregorio Cañete, quien pasándose al federalismo se presentó a
Pascual Echagüe –ministro y oficial del ejército de Estanislao López,
gobernador de Santa Fe y aliado de Rosas– e instruyéndolo en los
pormenores de su comisión y en su regreso continúo aparentando servicios a la
causa de los asesinos […].13 De ese modo, la falta de
lealtad o una baja remuneración por la misión de espionaje, podía llevar a que
los “bomberos” actuaran en el sentido inverso del que se pretendía, lo que
sucedía con cierta frecuencia.
La
comunicación o incomunicación con otras provincias, aliadas o enemigas, se
transformó también en algo de orden vital. Aquellos que las promovían o
intentaban interrumpirlas o interceptarlas, dependiendo del caso, resultaron
perjudiciales en grado sumo a los propósitos federales. Faustino Fernández era
descalificado en la lista puesto que ha conservado comunicación con la
provincia de Córdoba14, es decir, con la gobernación
unitaria al mando del general Paz. Para ese entonces, la situación particular de
los cordobeses residentes en la provincia de Buenos Aires era muy delicada.
Juan Antonio Sárachaga, representante de Córdoba en la capital porteña, se
quejaba ante Rosas por la expatriación de tantos ciudadanos de esta
provincia que diariamente se presentan a este gobierno expulsados de aquella
capital sin forma alguna de proceso.15Algunos
cordobeses, como Dalmacio Vélez Sársfield –padre del Código Civil argentino–,
afincado en Arrecifes, cuando el panorama se tornó adverso fugó para
Córdoba.16 José Antuñía, del mismo origen,
intentó escaparse hacia la Banda Oriental, pero fue capturado y arrestado
por el gobierno rosista, a pesar de los calurosos reclamos para lograr su
libertad efectuados por el mismo Saráchaga.17También
existieron ejemplos como el de Pedro José Echegaray, quien sostuvo una
partida de veintiséis hombres pagados y montados a su costa con el
objeto expreso de interceptar comunicaciones y aprender desertores que se
pasasen hacia Santa Fe, provincia aliada al federalismo porteño y colindante
con el partido de Pergamino, donde este acaudalado estanciero, al que no le
faltaban recursos para financiar la partida, se encontraba aquerenciado.18 Otro
que también trabajó infatigablemente con el objeto de impedir el
engrandecimiento del ejército enemigo fue Matías Colman. En la zona de
Luján, arrancó unos edictos de los lugares públicos que se habían
fijado para la reunión de las milicias del Exmo. Sr. Gob. D. Estanislao López,
los que presentó a Lavalle cuando se hallaba en lo de Caseros.19 Manolo
Rico, de Flores, aprovechaba también de su buen pasar con el propósito de
invitar a los federales para que se unieran al ejército de Lavalleofreciéndoles
paga.20
A su vez,
comprar o conseguir armamentos y distribuirlos entre los vecinos adictos a la
causa, era algo que también se practicaba con frecuencia. Requería de importantes
contactos puesto que las armas eran, además de escasas, costosas, por lo que
debían ser entregadas a manos fiables, y para ello las redes debían tejerse
tanto hacia arriba como hacia abajo, esto es, para adquirirlas y distribuirlas.
Otro modo de colaborar con la causa unitaria en la campaña podía consistir en
señalar la localización de una reunión de federales, como lo efectuó Ceferino
Piñeiro al coronel Zenón Videla, quien una vez advertido procedió a reprimirla.21 Algo
similar efectuó Eustaquio Bofonge, pues él fue el que indicó a
Olavarría [célebre coronel del ejército unitario] los
federales que debía prender. La información de la que disponía Eustaquio
era privilegiada, su labor como propietario de una pulpería, donde ha
habido reuniones de juego y de hombres vagos, le daba un entorno ideal para
lograr testimonios de primera mano.22 La
pulpería, además de almacén donde se vendían víveres, era el centro predilecto
de la sociabilidad rural y el medio por excelencia en donde se vehiculizaban
toda clase de rumores; allí, según Domingo F. Sarmiento, se dan y
adquieren las noticias23, primicias, e informaciones, tanto
del orden militar, como político y social.24 No
olvidemos que el caso de Eustaquio no fue aislado puesto que un importante
porcentaje de pulperos se identificaba con la facción unitaria.
Existieron,
aún, otras tantas formas de colaborar por la facción. La constante movilidad
que demandaba actuar en un espacio tan vasto como el terreno de operaciones de
la campaña bonaerense, obligaba a pernoctar en diferentes puntos de la comarca.
En época estival, se lo podía hacer a cielo descubierto, pero en tiempos de
frío, se necesitaba de un mejor cobijo. Alojar, o incluso esconder a un
unitario perseguido, en el marco del rosismo, fue signo de complicidad,
como se constata en el caso de Sinforiano Huertas, quién no sólo arropó a
Benigno Canedo, enviado por Bonifacio Gallardo –abogado y diputado
constituyente– para levantar al pueblo de Ensenada, sino que además, ocultó a
Luis Álvarez sabiendo que era unitario hasta que pudo pasar a
la Banda Oriental.25 También existía la posibilidad
de ceder la “casa” como centro de reuniones. Juan Manuel Cabral, de Exaltación
de la Cruz, la prestaba gustoso, y en ese mismo lugar se leían después
del motín militar todos los papeles de las operaciones de los sublevados y de
allí pasaban a manos de otros calificados unitarios.26 En
Luján, León Córdoba no sólo no quiso prestar caballadas a las fuerzas de
Quiroga, sino que su casa es la reunión de todos los unitarios.27 Ejemplos
del estilo se repiten a montones.
Sobre la
ya mentada extensión del territorio, olvidamos señalar la dificultad existente
para transitar por ella sin extraviarse, y la importante función que cumplían
al respecto los baqueanos. Ellos conocían hasta el más recóndito rincón de la
superficie que transitaban, sabían hallar senderos evitando los accidentes geográficos
más escabrosos, o incluso rastrear aguadas y pasturas para los caballos.
Llevaban a cabo un completo reconocimiento de la superficie, intuían dónde
podían encontrarse los enemigos analizando huellas, o restos de alimentos y de
fogatas. Ninguna facción podía jactarse de prescindir de su trabajo. Era el
topógrafo más completo […] el único mapa que lleva un general para dirigir los
movimientos de su campaña.28 En muchos casos, su profesionalismo
era notable y servían indistintamente a las variopintas banderas políticas por
una justa remuneración. En otros, se embanderaban en un sector, como lo hizo
Pedro Gutiérrez, del partido de Monsalvo, que por decisión personal había
auxiliado solamente al ejército de Lavalle. Sin embargo, el mayor sacrificio
que se podía ofrecer a una facción consistía en entregar cuerpo y vida al
servicio de la guerra. Desde hombres de las condiciones más humildes hasta
grandes terratenientes, pasando por pulperos o baqueanos. ¿Qué los llevó a tan
osada participación?
A partir
de aquí, analizaremos lo relativo a la “guerra de opinión” y de las ideas,
mediante aspectos que contemplan el incentivo no material de los actores. La
ideología, con sus derivados, ecos o simplificaciones, pudo constituirse en un
factor tan determinante como lo fue el palpable soporte material. En San
Nicolás de los Arroyos existió un grupo de unitarios de varias edades,
y de toda clase de estados, en el que los más pobres jornaleros,
pero enemigos empecinados, en sus reuniones de pulperías aconsejan a los
incautos sigan el sistema unitario. Pero además de la labor
proselitista, son propios para servir a los enemigos de la causa en
toda clase de servicios, y muy en particular de changeros algunos de ellos, y
otros por el río, como baqueanos de las costas, todos asisten en esta ciudad, y
algunos en clase de sargentos, cabos y soldados de milicia activa de infantería.29 De
las fuentes surge constantemente el temor que tenían los federales ante la
posibilidad de que las ideas de unidad se esparcieran entre los más pobres,
los incautos y los gauchos, en otras palabras, en
el ámbito social donde creían tener su mayor influjo. Así, en el marco de un
sistema verticalista, se lo acusaba a Manuel Fénis, de Quilmes, pues fue
uno de los que se alegró por el asesinato del finado Dorrego, pero sobre
todo, porque vive dando malo ejemplo a sus criados y peones, es
perjudicial que se le permita venir al partido.30 A
Juan Miguens, miembro de una de las familias más ricas de toda la provincia,
con estancias en distintos puntos y una de ellas en la próspera zona de
Magdalena, se lo consideraba de mucho influjo en este destino y se dice
generalmente que ha sido el móvil que hizo decidirse a muchos vecinos de este
partido por el sistema de unidad.31 A
otro acaudalado unitario, Antonio Ballester, de fortuna considerable,
dos chacras y una casa, no sólo se lo acusaba de perseguir federales, sino
también de seguir abusando a los hombres de pocas luces con el temor
para que no tomasen las armas contra de Lavalle. Pero, a su vez, repartía
papeles del pampero a los vecinos para alucinarlos. Lo que distribuía
Ballester no era otra cosa que periódicos unitarios al servicio de la causa de
Lavalle. A diferencia de la mayor parte de la prensa de sello
centralista, El Pampero32 se
caracterizó por tener un lenguaje simple y popular, e intentó acercar los
propósitos de la facción que lo publicaba y distribuía al esquivo ámbito rural.
En su primer número, sus responsables develan sus objetivos principales:
Pero,
¿cómo se lograba que, en un medio rural de considerable analfabetismo, pudiesen
esparcirse esas ideas que “alucinaban”? Es muy difícil poder determinar la
fiabilidad de la fuente con la que trabajamos aquí. En la mayoría de los casos,
los comisionados debían informar si los censados sabían leer y escribir. Se
observa que los unitarios estaban alfabetizados con mucha más frecuencia que
los federales: más del 70%, según nuestros cálculos sobre las listas, contaban
con esos saberes. En el total de la muestra se debe considerar a los unitarios
que provenían del ámbito urbano –un porcentaje muy significativo–, donde leer y
escribir era algo más habitual. Si se les suma la gran cantidad que usufructuaban
propiedades o vendían al menudeo –mediante una pulpería–, situaciones para las
que, muchas veces, se requería de ciertas prácticas contables y notariales, la
sorpresa no debe resultarnos tal.34 No
podemos desconocer que, si bien sufrieron una merma en la asignación de
recursos muy considerable con el advenimiento de Rosas, las escuelas de
primeras letras estuvieron presentes y concurridas en los diferentes pueblos de
la campaña bonaerense desde tiempos virreinales, afianzándose notablemente
durante la gestión rivadaviana.35 Si
bien eran los hijos de los hacendados los que más presencia tuvieron en
esas instituciones educativas, no por ello podemos dejar de incluir a los
vástagos de pulperos, jornaleros, capataces, panaderos, etc.36 Es
legítimo, entonces, suponer que un porcentaje muy alto de unitarios hacendados
o pulperos37 sabían leer, aunque tal vez con
desigual facilidad. Sin embargo, Antonio Gallardo, porteño de estancia
y gran fortuna […] se complacía en hacer leer y tener los papeles públicos
anárquicos que en aquellos días se publicaban.38 De
aquí, se puede deducir que para aquellos que no se encontraban familiarizados
con las grafías, había personas que solían actuar de lectores, en rondas,
pulperías y otras manifestaciones de la sociabilidad rural.
Existía
una verdadera competencia por prevalecer en la opinión de los sectores
rurales subalternos, pues su apoyo era fundamental a cualquiera de las causas.
Los unitarios, en muchos casos, intentaron influir y manipular a dichos
sectores de manera solapada y sutil. Por dar un ejemplo, Gregorio Iramain,
estanciero de considerable fortuna, procedía de Santiago del Estero y poseía
influjo entre los provincianos. Había realizado reuniones de armas, y al inicio
del gobierno rosista se lamentaba en ellas por la desgracia que la
provincia estuviese gobernada por gauchos con perjuicio de los hombres que
podían ilustrarla.39 Esta última expresión nos da la
pauta de que es factible que a los sectores subalternos se los haya intentado
cautivar a través de un lenguaje sincero, simplificado, pero que sin embargo
conservaba lineamientos ideológicos rudimentarios –aunque representativos– de
las aspiraciones unitarias. Es verosímil también suponer que Iramain se
expresaba así ante los hombres que habitaban la campaña, aconsejándoles que
apoyaran una causa que depositaría en el poder a los más ilustrados y
marginaría a los “gauchos”, tensión que puede sin embargo encontrarse en la
obra literario–gauchesca de Hilario Ascasubi. Con frecuencia nos topamos con
expresiones que se vertían con la intencionalidad manifiesta (la prensa también
las reproducía una y otra vez) de desprestigiar a los federales por su falta de
idoneidad: Dorrego era un “pícaro” que había hecho “confusiones”, Rosas un
simple “gaucho”, etc. Los unitarios pretendían demostrar, inclusive en el
ámbito de la campaña, que se encontraban más aptos para hacer un mejor e
“ilustrado” gobierno, pues en eso parecía consistir parte de su capital
político. ¿Era, sin embargo, lo que los hombres del campo querían escuchar? Es
muy difícil saberlo.
Félix
Frías fue otro conspicuo santiagueño afincado en la campiña bonaerense. Padre
del homónimo y futuro estadista, tenía por objeto enganchar gente.
En tiempos electorales, anduvo recogiendo las papeletas de los votos
que eran a favor de los federales, para que no circulasen y pagando para que
fuesen a votar a favor de la unidad.40 Las
vías eleccionarias no escapaban a la lógica de su tiempo.41 No
por el hecho de que Frías poseyera estancias, chacras, fortuna considerable y
hasta un saladero, dejaba de promover el voto unitario por medios irregulares,
e incluso pagando por él. Su sólida posición económica no le resultaba
suficiente, tal vez, para prescribir a sus clientelas con el fin de que votasen
a su preferencia, pero poseía los recursos indispensables para impulsarlo por
otras vías.
También fueron vitales, a la hora de movilizar
votantes, los jueces de paz, que al ser vecinos del lugar debían encontrarse
familiarizados con los potenciales electores. Desde su posición de preeminencia
–heredada, en parte, de su antecesor colonial el alcalde de hermandad–
controlaban casi en su totalidad el proceso electoral de la campaña.42 Es
válido recalcar la importancia que tuvieron tanto los jueces de paz como los
vecinos notables afincados de larga data y que pertenecían a familias de
antiguo abolengo (medio social de donde generalmente surgían los jueces de
paz), en el momento no sólo de controlar el escrutinio electoral, sino de
reclutar votantes.43
Entre los
notables de campaña, existieron algunos que se destacaron más que otros.
Sirvieron, como lo veremos acto seguido, de nexo entre las zonas y poblados
rurales en las que fueron figuras de referencia, y las autoridades
gubernamentales de la capital. Si debemos optar por un ejemplo paradigmático,
nos detendremos un momento en el estanciero Zenón Videla quien, antes de
enemistarse con Rosas, había logrado construir una impresionante carrera
política en las filas unitarias.44 En
1826 observamos, a través de una carta que le envió Rosas a Manuel García
–ministro de gobierno de Gregorio de Las Heras-, cómo el futuro gobernador
bonaerense ya se encontraba distanciado de Videla, notable competidor por el
dominio de la campaña bonaerense. Rosas le escribía a García pidiéndole buscarse
medios en asegurar el nombramiento de juez de paz de Monte, de modo que no
siendo el actual Don Vicente González, tampoco lo sea Don Zenón Videla, o el mayordomo
de este, Don Vicente Terán.45 Luego,
le explica los recelos que lo llevan a ese pedido, y no deja de volver a
encargarle encarecidamente dicho favor. De aquí deducimos no sólo la manifiesta
enemistad entre ambas figuras de primer orden en el ámbito rural bonaerense,
sino también, la importancia de que revestía el juez de paz como aliado
político –autoridad jurídica y policial de la campaña–, y las dificultades
propias de padecerlo como antagonista.
Además de
su considerable fortuna, en nuestras fuentes lo encontramos a Videla como perseguidor
infatigable de los federales y enemigo general de los pobres. Fue
comandante en las divisiones de Lavalle y colaboró con su propio peculio para
financiarlas, aportando numerosas caballadas. Además, se vinculó con Manuel
Pirán, juez de paz en tiempos de Lavalle, que participó de las guerrillas
comandadas por Videla en persona. Pero su red de contactos era mucho más
dilatada, no sólo se comunicaba directamente con el mismo Lavalle, sino con
hombres de influjo en otros partidos de la provincia. No obstante, su principal
área de dominio se localizó siempre en Monte, donde contaba con la infatigable
colaboración de Marcelino Basualdo, unitario espía y de la confianza de
Videla, y de otros informantes como José Pintos, Mario Santas, Carlos
Goldriz –de gran influjo en esos pagos–, Anselmo Segura y su más estrecho
asistente, Vicente Terán, mencionado por Rosas.46
Sin
embargo, en marzo de 1829 las tropas del coronel Federico Rauch fueron
derrotadas en Vizcacheras y eso marcó el comienzo del repliegue de las fuerzas
unitarias de la extensa campaña bonaerense. Al poco tiempo, el mismo Videla
cayó en manos de Rosas, su antiguo antagonista.47 Tal
vez, en libertad luego de que Lavalle se exiliara definitivamente en la Banda
Oriental, y aún no lo suficientemente envalentonado como para regresar a sus
propiedades rurales, se instaló, de modo temporal, en su residencia porteña.
Sin embargo, allí tampoco encontraría la tranquilidad que anhelaba, pues: algunos
de los más exaltados elementos del populacho, armados de ladrillos y otros
medios de destrucción, atacaron las casas de varios conocidos unitarios,
especialmente aquellas de los generales Rodríguez y Soler; del señor Videla,
Dr. don Valentín Gómez y la del señor Fragueiro.48 Su
desgracia iría aún más allá, su activa participación por el bando centralista
llevó al régimen rosista a embargar sus propiedades, dejándolo en la más
absoluta ruina.49
Hombres
como Videla, que los hubo en cantidad aunque tal vez con más modestas fojas de
servicios en la esfera pública y en la política rural, no dejaron de configurar
una inmensa red de poder en la campaña que respondía al unitarismo, brindando
recursos y efectiva colaboración de la más diversa índole. Es un tópico por
cierto poco estudiado, se trataba de los “caudillos” o de los líderes rurales
unitarios que, en algunos casos, eran revestidos de un enorme poderío
institucional y simbólico a través de diversos nombramientos, y que respondían
a los designios que emanaban de la cúpula asentada en Buenos Aires. Sin dudas,
Zenón Videla pudo encarnar el ejemplo más completo y paradigmático de las
formas de acumulación de poder de que fue investido, por su triple condición de
estanciero, militar y legislador. Esta vasta red que él, entre algunos otros,
lideraba, se encontraba compuesta por distintos jueces de paz asentados en las
cabeceras de los partidos de la campaña.50 La
mayoría de ellos habían sido escogidos por su impronta previa en sus
localidades respectivas. A partir de 1821, a través de la instauración de los
jueces de paz, se trataba pues de tener un aparato estatal ampliado,
eficiente y capaz de responder a las iniciativas del gobierno central de Buenos
Aires.51 De allí se desprende que los
unitarios gozaron de una fluida relación con los hombres de la campaña,
principalmente con sus notabilidades, lo que les permitía avanzar en un proceso
gradual de construcción institucional y de dominación por parte de un estado en
completo proceso de conformación y centralización.52 Detengámonos
en este aspecto, a fin de profundizar raudamente en los lazos que existieron
entre los notables del ámbito rural y los principales hombres del unitarismo.
Un grupo particular de la elite unitaria cosechó
vínculos con la campaña, al asociarse a esta área por distintos motivos.
Algunos, en su condición de estancieros, otros, desde el ejército, por su
participación en las distintas misiones que se efectuaron para avanzar o
resguardar la frontera frente al indígena. A partir de fines de 1828, dirigidos
desde Buenos Aires, los satélites de Lavalle, durante su difícil gobernación,
reproducían en cada localidad un predominio en pequeña escala. Se escribían
constantemente con sus líderes, reforzando su autoridad local, pidiendo
refuerzos, juntando petitorios, organizando guerrillas. Luis Saavedra, vecino
de Arrecifes, se encontraba muy ligado con Acha53-notable
líder del ejército unitario- otro tanto le ocurría a Diego de la Fuente, intimo
amigo y socio del mismo jefe, quien también fuera antiguamente juez de
paz de Pergamino.54 Severino y Mateo Piñiero, de
Pilar, habían mantenido siempre íntima amistad y comunicación con el
coronel Pico –otro reconocido militar-.55Francisco
Villanueva, acaudalado estanciero, se escribía regularmente con el General
Rodríguez –ex gobernador y unitario-, ofreciéndole dinero. Benito Rivas, de
Morón, había podido mantenerse en su puesto de juez de paz gracias a la
intervención de su amigo Miguel Díaz Vélez –ministro de Lavalle–, a quieninformaba
de todo lo que pasaba en el partido56 con
respecto a los movimientos de los federales. Otros unitarios se encontraban
vinculados a la elite por lazos familiares, como es el caso de Ildefonso Ramos
Mejía, quien era pariente cercano de Lavalle, con relaciones íntimas
con la familia, casó con su hermana política, María Antonia Segurola Mejía,
unitaria empecinada.57
Podríamos asegurar que cada localidad de la campaña
tenía una vasta red de sociabilidades y solidaridades dirigidas por sus
correspondientes notables. La verticalidad de las relaciones –con las
respectivas directivas que emanaban de los cabecillas– comenzaba desde la
cúspide hacia abajo. Dependiendo del momento, eso significó, en diferentes
juegos de escalas, una estructura de poder comandada por hombres de la talla de
Rodríguez o Rivadavia y sus ministros, o de Lavalle y sus consejeros, pasando a
un sector más abocado a la campaña, pero formando parte del mismo exclusivo
círculo: coroneles como Federico Rauch, Ramón Estomba, Francisco Pico, el mismo
Videla, tan nombrados una y otra vez en las fuentes. Pero también, de
estancieros de renombre que tenían propiedades en la campaña, y casa en la
ciudad, desde donde hacían sentir sus voces (algunos de ellos incluso en la
misma Sala de Representantes). Estos últimos hombres constituyeron los nexos
con las notabilidades y parentelas departamentales.
A fines
de 1829 se acababa la aventura de Lavalle y su séquito mientras se cristalizaba
el asenso político de Juan Manuel de Rosas. Algunos unitarios marcharon
definitivamente al exterior, otros intentaron acomodarse a las nuevas
circunstancias. Paulatinamente, ora desde la ciudad, ora desde la Banda
Oriental, fueron volviendo a la campaña gran parte de los que habían buscado
refugio en las filas de Lavalle. Muchos lo harían con temor, encontrando sus
cultivos abandonados, su ganado expoliado y su morada saqueada. Algunos
repararían lentamente los daños sufridos mostrando un bajo perfil y aprendiendo
a relacionarse con los federales. Pero otros, como José María Lorenzo, que
según se denunciaba tiene reuniones de unitarios en su casa,
recomenzaron a unir los fragmentos de una facción que no había sido
completamente derrotada, sino que se hallaba en estado latente. Para ellos, la
maquinaria de represión rosista comenzaría a activarse.58
No obstante,
años antes, algunos de los unitarios de la campaña habían sido jueces de paz en
tiempos de Rivadavia; los hubo capitanes de milicia, administradores de
correos, alcaldes de la hermandad, maestros, pulperos, comerciantes y hasta
médicos y eclesiásticos: un mundo amplio, demasiado extenso para que pasara
desapercibido. Cada uno colaboró a su modo, a la altura de las circunstancias y
sus posibilidades. Los apoyos que recibió el bando centralista en la campaña no
fueron nada despreciables. Si bien las fuentes que hemos explorado no son
contemporáneas del proceso que analizamos, sí nos permite situarnos desde un
punto de mira desde el que podemos, con ciertos reparos, extraer algunas
conclusiones. La principal entre ellas es la que nos permite la visualización
de un mundo en la campaña que, si bien polarizado desde el plano social y
político, contó con muchos más adeptos al unitarismo de lo que ciertos lugares
comunes de la historiografía permitieron suponer. Muchos de los recientes
estudios que avalan la dificultad de Rosas de lograr el predominio en la
campaña –lo que anteriormente parecía insospechable– no sólo estarían
mostrándonos la debilidad de su régimen, lo que puede explicarse por múltiples
razones, pero también alegarían indirectamente por la presencia de sus
enemigos, los unitarios.
1 Para ver con
mayor profundidad este periodo, recomendamos: GenevièveVerdo. L’indépendance argentine entre cités et nation, 1808–1821. París: Publications de la Sorbonne, 2006.
2 AGN, Comisión clasificadora de unitarios y federales, 1831,
Sala X, leg. 26–6–5.
3 Jorge Gelman,
“Unitarios y federales. Control político y construcción de identidades en el
primer gobierno de Rosas”, Anuario IEHS, 19, Tandil, 2004.
4 Para Juan Carlos Garavaglia: si en los años noventa del XVIII, la producción
agropecuaria ocupaba un papel subordinado respecto al capital mercantil urbano,
en los años veinte del XIX la situación parece invertirse y ahora sería la
producción agropecuaria –y en especial, pecuaria– la que marcaría el paso. En: Pastores y labradores de Buenos Aires, una historia agraria de la
campaña bonaerense 1700–1830. Buenos Aries: Ediciones de la Flor, 1999, p. 369.
5 Juan Carlos
Garavaglia, “Ámbitos, vínculos y cuerpos.
La campaña bonaerense de vieja colonización”, en: Historia de la Vida Privada en la Argentina, Tomo I, País Antiguo de la Colonia a 1870. Buenos Aires: Taurus, 1999.
6 Raúl O. Fradkin (ed.), ¿Y el pueblo dónde está? Buenos Aires: Prometeo,
2009.
7 D. Villar,
(ed), J.F. Jiménez y S. RATTO, Relaciones
interétnicas en el sur bonaerense 1810–1830. Bahía Blanca: Universidad
Nacional del Sur–Universidad del Centro, 1998.
8 Con la
excepción de algunos trabajos de Raúl Fradkin que permiten comprender la
politización de la campaña bonaerense pero haciendo foco en los sectores de
tendencia federal o anti-unitarios. Ver del autor: “Tumultos en la pampa, una exploración de las formas de acción colectiva
de la población rural de Buenos Aires durante la década de 1820”, en: IX Jornadas Interescuelas, Departamento de Historia, Córdoba, septiembre 2003 y “Bandolerismo
y politización de la población rural de Buenos Aires tras la crisis de la
independencia (1815–1830)”, en: Nuevo
Mundo Mundos Nuevos, 2005, en ligne, disponible sur:http://nuevomundo.revues.org/document309.html
9 Numerosos
viajeros relatan con asombro estas labores rurales, ver, por ejemplo, las
explicaciones al respecto de: William Mac Cann, Viaje a caballo por las provincias argentinas.
Traducción del inglés José Luis Busaniche. Biblioteca Virtual Miguel de
Cervantes:http://213.0.4.19/servlet/SirveObras/01349464211026380755802/index.htm
10 Así se precisa
de manera evidente en los estudios demográficos de: César A. Gracia Belsunce, Buenos Aires, 1800–1830. Tomo I. Buenos Aires:
Compañía Impresora, 1976, p. 154.
11 Pilar González
Bernaldo, "El levantamiento de 1829, el imaginario social y sus implicancias
políticas en un conflicto social", en: Anuario IEHS, 2, 1987. Jorge Gelman, “Unitarios y federales. Control
político y construcción de identidades en el primer gobierno de Rosas”, Anuario
IEHS, 19, Tandil, 2004, p. 361. Raúl O. Fradkin, Historia de una montonera.
Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires, 1826. Buenos Aires: Siglo XXI, 2006.
12 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
Pergamino, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
13 Ibídem.
14 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
San Nicolás de los Arroyos, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
15 Carta de Juan Antonio Sarachaga a Juan Manuel de Rosas, 4 de octubre de
1830, AGN, Gobierno de Córdoba, SX, 5–4–2, 5–4–1
16 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
Arrecifes, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
17 Carta de Juan Antonio Sarachaga a Juan Manuel de Rosas, 4 de octubre de
1830, AGN, Gobierno de Córdoba, SX, 5–4–2, 5–4–1
18 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
Pergamino, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
19 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
Luján, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
20 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
Flores, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
21 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
Pilar, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
22 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
Flores, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
23 Domingo F.
Sarmiento, Facundo, Buenos
Aires: Altamira, 2001. Capítulo III: Asociación. La Pulpería, p. 50.
24 Sobre la importancia social de la pulpería, se ha escrito cuantiosa y
valiosa información. Aquí citaremos como más recomendable la siguiente obra:
Carlos Alberto Mayo, (comp.) Pulperos y pulperías, 1740–1830. Mar del Plata: UNMP, 1997.
25 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
Ensenada, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
26 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
Exaltación de la Cruz, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
27 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
Luján, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
28 Una de las mejores explicaciones sobre la funcionalidad y utilidad de un
baqueano la podemos encontrar en: Domingo F. Sarmiento, Facundo. Buenos Aires: Altamira, 2001, p. 50.
29 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
San Nicolás de los Arroyos, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
30 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
San Nicolás de los Arroyos, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
31 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
Magdalena, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
32 Publicación
periódica de tendencia unitaria a cargo de Manuel Bonifacio Gallardo. Félix
Wienberg, El Periodismo (1810–1852).
Apartado de la Nueva Historia de la Nación Argentina. Tomo VI–Tercera Parte: La
configuración de la República independiente 1810–c. 1914. Buenos Aires:
Planeta, 2001, p. 466.
33 El Pampero, 20 de enero de 1829, Museo Mitre, 21.6.4.
34 Por otro lado, Garavaglia, aunque basándose en un número de casos
reducido, descubrió que para la misma época, en el partido de Areco un 14% de
los estratos sociales más bajos sabía leer y escribir, cifra nada despreciable.
Ver:Juan
Carlos Garavaglia, “El juzgado de Areco durante el Rosismo (1830–1852)”, en:
Raúl Fradkin; Mariana Canedo y José Mateo, Tierra, población y relaciones sociales en la campaña bonaerense (siglo
XVIII y XIX). Mar del Plata: Universidad Nacional de Mar del
Plata, 1999, p. 222.
35 Notablemente, a través del sistema educativo lancasteriano. Ver: Benito
Ignacio Núñez, Noticias
históricas, políticas y estadísticas de las Provincias Unidas del Río de la
Plata. Londres: Ackermann, 1825, p.
30. Más específico sobre el método de Lancaster introducido por Diego Thomson,
y promovido por Rivadavia, ver: Mariano Narodowski, “La expansión del
sistema lancasteriano en Iberoamerica. El caso de Buenos Aires”, en: Anuario IEHS, Tandil, n. 9, 1994.
36 José V.
Bustamante, “La escuela rural. Del Catón al arado.”, en: Carlos A. Mayo
(ed.), La casa, la dieta, la pulpería, la escuela
(1770–1870). Buenos Aires: Biblos, 2000, p. 150.
37 Carlos Mayo
asegura que la mayoría de los pulperos sabían,
aunque rudimentariamente, leer, escribir y contar. Ver del
autor: Pulperos y pulperías, 1740–1830. Mar del Plata: UNMP, 1997, p. 126.
38 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
San Vicente, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
39 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
Guardia de Lujan, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
40 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
Quilmes, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
41 Recomendamos al respecto: Marcela Ternavasio, La Revolución del voto.
Política y Elecciones en Buenos Aires. 1810–1852. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002.
42 Para ver al detalle la tarea de dichos funcionarios: Ley de 24 de
diciembre de 1821, Registro Oficial n. 22, t. I, art. 9, decretado por la
Honorable Junta de Representantes de la provincia, en: Manual para los Jueces de Paz
de Campaña. Buenos Aires: Imprenta de
Independencia, 1825.
43 Oreste Carlos Casanello, “De súbditos a ciudadanos. Los pobladores
rurales bonaerenses entre el antiguo régimen y la modernidad.” En: Boletín del Instituto de
Historia Argentina y Américana “Dr. Emilio Ravignani”. Tercera serie, núm. 11, primer semestre de 1995, pp. 113–139.
44 Ver: Vicente
Osvaldo Cutolo, Nuevo Diccionario Biográfico
Argentino (1750–1930). Buenos Aires: Editorial Elche, 1985, y
también: Juan Manuel Beruti.Memorias Curiosas. Buenos Aires: Emecé, 2001. p. 305, a su vez: Acuerdos de la
Honorable Junta de Representantes de la provincia de Buenos Aires, 1820–1821.
Por Ricardo Levene, volumen II. La Plata: Publicaciones del Archivo Histórico
de la Provincia de Buenos Aires, 1933.
45 Carta de Juan Manuel de Rosas a Manuel García, Hacienda San Martín, 16
de octubre de 1826. En: Correspondencia Diplomática, AGN, Sala VII, leg. 1.6.5.
46 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
San Miguel del Monte, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
47 John Murray Forbes, Once años en Buenos Aires, 1820–1831. Buenos Aires: Emecé, 1956, p. 519.
48 Ibídem, p. 583.
49 Aparece su nombre en: AGN, Lista de los “unitarios” embargados por el gobierno
rosista, Sala X, leg. 17–4–3, o –1294–. Es factible que su familia recuperara
luego dichos establecimientos, puesto que se había casado con María Sandalia
Dorna dando origen a la misma la familia Videla Dorna –Zenón, que se
caracterizó por haber gozado de grandes propiedades en el partido de Monte,
donde incluso existe actualmente una localidad denominada Videla Dorna.
50 En las listas hemos contabilizado al menos 27 jueces de paz que según
los criterios de la comisión clasificadora habían participado activamente en
defensa de la facción unitaria Para más información sobre los jueces de paz de
aquel tiempo, ver: BLONDEL, J.J.M. Almanaque político y de comercio de la ciudad de
Buenos Ayres para el año de 1826. Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 1968, pp. 290–291.
51 Jorge Gelman,
“Crisis y reconstrucción del orden en la campaña de Buenos Aires. Estado y
sociedad en la primera mitad del siglo XIX.” En: Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio
Ravignani”, Tercera serie, núm. 21, I semestre de 2000, p. 11.
52 Es notable, en este sentido, el avance que logró en ese tiempo el estado
en los mecanismos de control social del ámbito rural. Ver: María Barral y Raúl
Fradkin, “Los pueblos y la construcción de las estructuras de poder
institucional en la campaña bonaerense (1785–1836)”. En: Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio
Ravignani”, Tercera serie, núm. 27, I semestre de 2005, p. 40.
53 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
Arrecifes, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
54 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
Pergamino, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
55 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
Pilar, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
56 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
Morón, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
57 AGN, Lista de Unitarios según Jueces de Paz, Partido de
La Matanza, 1831, Sala X, leg. 26–6–5.
58 Ricardo Salvatore demuestra cómo el “aparato” de represión rosista había
surgido, sobre todo, para aleccionar a los hombres de la campaña. En opinión de
Rosas, se había perdido el sentido de autoridad a causa de lo que entendía como
el período anárquico unitario. Para más información, ver del autor: Wandering Paysanos, state
order and subaltern experience in Buenos Aires during the Rosas era. Londres: Duke University Press, 2003.
Referencia electrónica:
Referencia electrónica:
Ignacio Zubizarreta, « Unitarios en
la campaña bonaerense: vínculos y construcción política en un territorio
adverso, 1820-1829 », Nuevo
Mundo Mundos Nuevos [En
línea], Debates, Puesto en línea el 14 diciembre 2012, consultado el 19 enero
2013. URL : http://nuevomundo.revues.org/64583 ; DOI :
10.4000/nuevomundo.64583
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